miércoles, 22 de abril de 2015

NO TE ENAMORES DE LA MUJER DE UN MAFIOSO



A las cinco de la tarde llegué a la oficina de Juan Montalvo el Iraquí, un tipo peculiar, amigo de la infancia, nacimos en el mismo barrio, Vallecas, dos macarrillas con caminos divergentes en la vida. Juan fue boxeador, se alistó en la Legión, se hizo experto en armas, participó en operaciones especiales y le contrató una agencia de seguridad americana para actuar en Irak, un mercenario destinado a proteger diplomáticos. Ahora es detective privado. Me recibió su secretaria, una chica monísima de 19 años, con vaqueros muy ajustados. “Cómo te lo montas, Juanito, si ya no estás para estas cosas”, pensé. La chica me hizo pasar enseguida.
—Tengo el informe que me pediste, Angelito –me dijo Juan sin levantarse para saludarme—. Menudo pájaro es Jerónimo Montesinos. ¿Por qué te interesa ese tío?
—Porque me quiere matar.
—Venga, Ángel…
—Te lo juro, Juan, me quiere matar.
—Si ese tipo quisiera, ya estarías muerto. Jerónimo Montesinos es un capo de la construcción, preside un holding empresarial que tiene su sede en Arganda, prosperó con la burbuja inmobiliaria. La crisis no le ha afectado. Mientras los demás se hundían, él se forraba, compró las empresas de la competencia que se estaban arruinando. Sospecho que su holding es una tapadera y que está blanqueando dinero del narcotráfico. Ya ha sufrido una condena por sus actividades, va rodeado de
guardaespaldas de la peor calaña. Ese no te manda abogados, sino sicarios. ¿Qué le has hecho?
—Me voy a fugar con su mujer.
—Joder, Angelito, ¿te estás volviendo loco?
—Loco por ella, Iraquí. Es colombiana. Muy guapa, morena, ojos negros y profundos, con más curvas que el circuito del Jarama. Ese Montesinos se la trajo en uno de sus viajes a Colombia. Ella, con 18 años, había participado en varios concursos de belleza y hacía sus pinitos como actriz.
—¿Cómo la conociste?
—Por internet.
—¿Es tu amante?
—Casi.
—¿Cómo que casi?¿Te la tiras o no?
—No seas vulgar, Juanito. Estamos enamorados y queremos irnos fuera de España, lejos del alcance de ese loco y sus matones.
—Se te ha ido la olla, Ángel.
El Iraquí me sirvió un whisky con mucho hielo y él se puso otro.
—Cuéntamelo desde el principio —me pidió.
—Fue hace seis meses. Yo atravesaba una mala racha, en el periódico era el último de la fila y mi novela no despegaba hacia ninguna parte, estaba bloqueado, sin ideas, con el síndrome de la página en blanco. Se me ocurrió poner un anuncio en una
web de contactos: “Si tienes una buena historia que contarme, escríbeme. Busco personajes”.
—Los intelectuales sois muy raros, Angelito. Esas páginas son para ligar.
—Me escribió una loca que estaba dispuesta a casarse conmigo y varias prostitutas que me ofrecían sus servicios. A punto de arrojar la toalla recibí un mensaje en mi correo. Firmaba ‘Princesa enjaulada’. “Soy una mujer en un agujero negro”, me decía. Su marido la tenía prisionera en una mansión en La Moraleja.
—No es mal sitio.
—Me habló de su desesperación, se sentía un trofeo en manos de una bestia salvaje, que también posee una cuadra de caballos y promociona boxeadores. Estaba decidida a suicidarse
—Y tú la vas a salvar, el último romántico.
—Piensa lo que quieras. Estoy dispuesto a irme con ella y si tú puedes ayudarnos a que no dejemos huellas, mejor.
—Para el carro. ¿Dónde os citáis?
—Sólo nos hemos visto una vez, la semana pasada, en un motel en la carretera de Toledo. Fue un sueño, Iraquí, no he conocido una tía como esa.
—¿Qué le pasa? ¿Tiene tres tetas?
—No seas burro, colega.
—Mira, Angelito, a tu edad uno no se puede enamorar de la mujer de un mafioso. Retírate de esa aventura si estás a tiempo.
—Imposible. Desde el otro día sólo he podido chatear una vez con ella. La vigilan. Ella sospecha que la siguieron hasta el motel, se siente en peligro, su marido la mira con ojos de odio. Lo he precipitado todo y la he citado aquí, en tu despacho, a las 17:30. Tengo dos billetes de avión para Brasil.
Cuando las manecillas del reloj señalaron las 17:30, sonó el móvil de Angelito Mendoza. Era la señal de un mensaje. Lo abrió. Descargó tres fotografías. Claudia aparecía en el suelo con la cabeza destrozada, muerta. El Iraquí leyó el mensaje. “Claudia se ha matado tirándose por la ventana. Ella ha pagado sus culpas. Ahora te toca a ti”.

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Muy buena escena de relato negro y muy bien contada. Felicidades

    ResponderEliminar
  3. Excelentes diálogos, muy buen ritmo.

    ResponderEliminar