miércoles, 30 de noviembre de 2011

Un cuento de hadas


Diminuto bostezó estirando sus brazos todo lo que pudo. ¡Se estaba tan calentito bajo la colcha de plumas de ganso! Se hizo el remolón por espacio de cinco minutos más, pero el aroma que llegaba de la cocina era delicioso. Prestó atención a los sonidos que provenían de esa dirección. Sí, no había dudas, Nimiedad estaba preparando el desayuno.

Se destapó con energía. Descalzo, se encaminó al cuarto de baño y se aseó. No medía más de treinta centímetros. Era rechoncho y patizambo. Su cara, siempre jovial, rebosaba dulzura, como un pastel de cumpleaños.

-¡Hola, Nimi! –dijo alegre- ¡qué bien que huele!

-¡Hola, buenos días, Diminuto! Son tortitas de maíz con néctar de flores. Las he hecho para ti. Siéntate, por favor – contestó, restregándose sus gordezuelas manos en el delantal.

-Gracias Nimi. Hum,…¡qué ricas!

Nimi resplandeció de felicidad al oírlo.

-¿Qué tenemos hoy en la Comunidad? –preguntó el gnomo, atento por no pringarse las barbas con el desayuno.

-Pues … han llegado Óscar y su familia –dijo dubitativa. Se han instalado en la cueva Nº 4.

Diminuto levantó la cabeza del plato y la miró con expectación.

-¿Qué te pasa, Nimi?

El hada suspiró, alzó los hombros y se sentó a su lado. Parecía que no encontraba las palabras adecuadas.

-¿Recuerdas lo que me dijo el “Gran Sabio”?

Diminuto asintió con la cabeza y permaneció en silencio, invitándola a proseguir.

«Nimiedad, si quieres que te conceda tu deseo de ser madre, primero tendrás que superar la prueba en el mundo de “Afuera””. Demuéstrame que puedes hacerte cargo de un niño, de un humano; entonces, y sólo entonces, tu sueño se cumplirá: podrás tener y cuidar a tu pequeña hada. Enseñarle tus secretos y transmitirle toda su sabiduría».

El hada soltó este pequeño discurso de corrido. Se notaba que las palabras del Gran Sabio se le habían quedado bien prendidas en la memoria.

-Bueno, Nimi, ¿y cuál es el problema?- preguntó Diminuto, mientras se rascaba con el dedo índice la cabeza-. Lo estás haciendo muy bien. Tú misma me lo dijiste.

-Pues que… ¡Óscar es el niño que elegí!…y ahora está aquí! - exclamó compungida.

Diminuto volvió a rascarse la cabeza. Sin saber qué decir para consolarla.

-Lo cuidé. Vigilé para que no se metiera en líos, estuve atenta para que se concentrara con sus deberes, para que recogiera su cuarto y mamá no se enfadara con él. Le arrullaba por las noches para que tuviera sueños hermosos y fuera un niño feliz y seguro de sí mismo…y ahora –la voz se le quebró-,…y ahora, él está aquí con su familia- estalló en sollozos.

«¡Vaya! Creía que las hadas no lloraban». Esto no lo dijo, sólo lo pensó. «Claro que Nimi siempre ha sido muy especial». Sus pensamientos quedaron interrumpidos cuando el hada le pidió:

-Diminuto, tienes que ayudarme.

El gnomo se rascó la cabeza por tercera vez. «¡Vaya! ¡Pobre Nimi! Tengo que idear algo rápidamente. Antes de que sea demasiado tarde».

-¡Ya lo tengo! Iremos a ver a Óscar y su familia. Tenemos que averiguar porqué están aquí. Seguro que tú hiciste bien tu trabajo y han venido a la cueva por otros motivos. Si es así, el Gran Sabio nada podrá objetar y tu sueño, se hará realidad.

Nimiedad dejó de sollozar, lo besó en la frente y se puso en caminode inmediato. Su amigo tenía razón.

-¡Espera, espera!…que voy contigo, pero no puedo ir tan deprisa como tú. ¡Nimiiiiiiiii, espera, que yo no vuelo! «Siempre me hace lo mismo. Ahora me tocará correr por el subterráneo hasta la trampilla de la Nº 4. Seguro que cuando llegue, ella ya ha descubierto la verdad. ¡Mecachis!, qué rabia me da».

****

El niño estaba sobre la alfombrilla de algodón de su habitación, ahora dispuesta en un rincón de la cueva. Jugaba con su tren de madera y hablaba con los pasajeros imaginarios. Siempre hacía eso. Nimi se alegró al verlo tan tranquilo. Su padre canturreaba mientras vigilaba el caldero humeante. La sopa que había preparado olía de maravilla, como de costumbre. Los candiles colocados en las paredes rocosas proporcionaban una luz cálida y suave. Las alfombras y esterillas dispersas por todas partes, le daban un aspecto muy acogedor a la caverna. La madre entraba sonriente en ese momento, con un cesto de verduras y frutas silvestres. Acarició a su hijo en la cabeza al pasar por su lado, y besó a su marido al depositar el cesto en la despensa.

Óscar agradeció con una mirada dulce el gesto de su mujer. Recordó cuánto le había gustado Marta, ya la primera vez que visitó la cueva Nº 9. De eso, hacía casi treinta años. «Los comienzos no fueron fáciles» -pensó . Nimi aleteó las alas en señal de acuerdo.

-¡Marta, Diego, a cenar! –avisó dando unas palmadas. Removió la sopa y la sirvió en los cuencos.

El muchacho dejó el tren a un lado y corrió hacia la mesa. Tenía hambre. Su madre le acercó la sopa y le sonrió.

-¿Está rica? – preguntó Óscar, mirándolos con cariño.

Nimi movió de nuevo las alas. Su “niño” se había convertido en un padre responsable y un marido atento y cariñoso.

El pequeño asintió con la cabeza. ¡Tantas veces le habían repetido que con la boca llena no se habla! Terminó el primero y dijo:

-¡Papá, papá! cuéntame otra vez cómo llegasteis aquí –pidió excitado.

Óscar se limpió con la servilleta, apartó un poco la silla de la mesa y acogió al niño entre sus brazos.

-Pues corrían malos tiempos, ¿sabes? Las personas no eran dueñas de sus cosas. Pagaban al mes mucho dinero por sus casas, sus coches, los colegios, por recibir una asistencia médica…

-¿Qué es asistencia médica, papá? –interrumpió muy interesado, como si fuera la primera vez que lo oyera.

-Asistencia médica es que un doctor te vea cuando estás enfermo.

-Ah,.. ¡vale!, -se quedó pensativo una décima de segundo y continuó- ¡Papá, papá! ¡venga, sigue!.

-La comida, la ropa, los libros…cada vez eran más caros. La gente no llegaba a final de mes con su sueldo y acumulaba deudas, enfermaba de puro miedo. El abuelo Tomás y la abuela Angelita decidieron salirse del sistema.

-¿Del sistema? –repitió intrigado.

-Sí, cielo, del sistema. Dejaron de pagar todos aquellos recibos mensuales, y decidieron buscar la Comunidad de las cavernas –dijo Óscar en un susurro.

-¿Qué pasó entonces, papá?

Esa era la parte de la historia que más le gustaba a Diego.

-Pues que no sabían muy bien cómo encontrar este lugar del que habían oído solo rumores. Sin embargo, pronto percibieron señales en el camino que les condujeron hasta aquí.

-¿Qué tipo de señales, papá?

-La abuela siempre me contó que seres diminutos con alas, revoloteaban alrededor de ellos. Cada vez que se desviaban de la senda, volaban en formación de uno, para mostrarles una línea recta por la que proseguir.

-Y los abuelos… ¿no tenían miedo? –preguntó Diego.

-Realmente, no. Les atemorizaba mucho más lo que habían dejado en el mundo de “Afuera”.

-Aaaah, -dijo el pequeño y se quedó con la boca abierta un buen rato.

-Y por fin, una mañana muy temprano, dejaron atrás el bosque y se dieron de bruces con las cavernas de la Comunidad.

-¡Halaaaaaaa, qué pasada! ¡Menuda sorpresa!

-Sí, cielo. Cuando llegaron, ya había algunas personas que, como ellos, se habían arriesgado a formar una familia lejos del otro mundo.

Miró a su hijo con ternura, le removió el cabello y le jaleó:

-Y ahora, ¡a dormir! Se ha hecho muy tarde para ti –y lo besó en la cabeza.

****

Nimi salió satisfecha de la cueva. ¡Era tan reconfortante volver a oír aquella vieja historia!

Su pensamiento retornó a aquellos tiempos, cuando se afanaba por ayudarles a encontrar las plantas silvestres adecuadas y las fuentes de agua apropiadas. Recordó incluso, cómo solía entonar una melodía dulce, apenas perceptible, que acunaba al bebé y lo adormecía.

Por supuesto, el “Gran Sabio”, recompensó tamaño esfuerzo y le concedió su deseo de ser madre. Luna -así llamó a su hija-, creció alegre, serena y muy pronto fue de gran ayuda para la Comunidad y su difícil equilibrio con el mundo de “Afuera”.

Nimi se sacudió los recuerdos con un rápido batido de alas. A lo lejos, vio a su hija que gesticulaba deprisa, al hablar con su viejo amigo el gnomo. Esbozó una sonrisa, al ver la fresca juventud de Luna tan bien acoplada a la jovial decrepitud de Diminuto, como las piezas de un puzle.

«Lo sabía. Siempre me hace lo mismo» -se encontró pensando Dimi, mientras Luna alborozada, le contaba una y otra vez, lo que había visto en la Nº 4.

-¡Anda, Diminuto, ayúdame a preparar la cena! –le pidió muy contenta- que mañana tengo que ir a ver al Gran Sabio –añadió Luna guiñándole un ojo.

La historia se repetía.


10 comentarios:

  1. Parece inacabado, a falta del desenlace ¿Es así, Geli?

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  2. Eso, eso, cuéntanos por qué Oscar y su familia se mudaron a la número cuatro. Tu manera de contar la historia es envidiable.

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  3. Vale, me queda claro que la historia se queda coja, sin un diálogo de los padres, que expliquen el porqué de su "feliz" estancia en la cueva.
    De acuerdo, sigo trabajando sobre el relato. Muchas gracias por vuestros comentarios. No sé qué haría sin ellos.Gracias de corazón.

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  4. Anda, continua la historia. Cuéntanos que le dijo Nimi al Gran Sabio y desvela el secreto de por qué están allí los humanos, anda, sí, porfa, porfa, que la historia es chula...

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  5. Muy bien Geli, aunque algo largo para mi gusto.

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  6. Es una bella historia. Necesita una pequeña revisión pero es tan larga que ya no me acuerdo de dónde he visto el fallo. A mí me gustaría huir del mundo de afuera también.

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