jueves, 4 de agosto de 2011

EL REGALO

Después de dos semanas mi brazo ya no sentía el peso de las bandejas: refrescos, aperitivos, ceniceros… así una y otra vez, volaba entre las mesas, de la terraza a la barra a toda velocidad, la algarabía de la playa llegaba a mis oídos mezclada con las peticiones de los clientes: “¿me cobras por favor?”, “una caña y una piña colada”… Eran tres meses de locura pero necesitaba el dinero y todo era poco para pagar piso, matriculas, libros…
Cuando apareciste invadiendo mi locura laboral no podía creerlo: tu insistencia para quedar, tus ojos fijos en mi, todos los días eras el primer cliente de la terraza; éramos tan diferentes que te veía lejano, inaccesible, un ser de otra galaxia, con tus polos de marca, tu pelo rubio, brillante y liso, tenías la etiqueta de niño pijo incrustada en tus movimientos, tu aroma, tu porte, tu manera de sentarte, hasta en el tono de tu voz.
Al final dije que sí y quedamos,  me confesaste tu fascinación por mi, sí, nunca me habían dicho nada así: fascinación; me habían dicho que tenía buen culo,  que mis ojos eran muy expresivos, cosas así…, pero nunca había fascinado a nadie, todo lo que yo hacía despertaba tu interés, como el día que me quedé embelesada con los veleros, “¿te gustan?”, -preguntaste-, “me encantan, me gustaría tener uno y recorrer toda la costa escuchando a Dire Straits”, tuve la esperanza de que censuraras mis gustos musicales pero que va, sonreíste complacido.
Estoy frente a la playa, hoy 10 de agosto día de mi cumpleaños, debo parecer una boba con la boca abierta frente a un flamante velero con un enorme lazo rojo alrededor, tú, a mi lado, rodeas mi cintura: ¡felicidades! repites con tu voz bien timbrada.
No puedo hablar, de haberlo sabido te hubiera dicho que me encantan los deportivos, al menos los sé conducir.

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