domingo, 19 de junio de 2011

El mundo según IKEA.

Si nunca te has sentado en un sillón Poäng (149 euros), todavía no sabes lo que es el descanso.

Ninguno de nosotros podía suponer, que la genial idea de nuestro padre de invertir toda la fortuna de la familia en el negocio de la cría y distribución de lombrices albinas, iba a conducirnos a la ruina. Padre jamás se equivoca, simplemente, el resto del mundo no está a su altura, no ven las cosas como él las ve.

Como siempre, encontró la solución perfecta a nuestra precaria situación económica y los cuatro, subidos en el coche, nos dirigimos a nuestra nueva vida.

IKEA, nos acogió con su aroma a salmón y madera, el coche quedó en el parking para clientes y nosotros, siguiendo el plan de padre, nos perdimos entre la muchedumbre que circula por los laberintos del gran almacén los sábados por la mañana.

El día pasó deprisa entre lámparas, sartenes, cuberterías y edredones nórdicos. Cuando apagaron las luces, los cuatro estábamos escondidos dentro del armario empotrado Glöhen (320 euros) y cuando cesó el ruido de reponedores y limpiadoras, salimos a disfrutar de la oscura soledad de nuestro nuevo hogar.

La comida, aunque poco variada (salmón noruego, pepinillos agridulces, salchichas, cebolla frita, queso negro, glög y galletas danesas), es abundante, las camas cómodas, las sábanas suaves y los edredones Menrod (120 euros) de dùvet artificial con fibras huecas, conservan el calor de tal manera que las estaciones no se suceden, solo hay una y es eterna, siempre es primavera en IKEA.

Los días han pasado y han cedido su lugar a las semanas, que dejaron paso a los meses que formaron los cuatro años que llevamos viviendo aquí. Mi hermana es la cajera más antigua sin contrato y con uniforme de la tienda, Mamá, muestra a nuestros clientes la infinita selección de lámparas en la sección de menaje del hogar, yo he encontrado la felicidad montando los muebles de quienes no saben seguir las sencillas y esquemáticas instrucciones de nuestros productos, escritas en todos los idiomas del mundo menos el nuestro, con un destornillador y una llave allen del 10, sustraídos del kit de montaje Spaten (19.95 euros). Y a padre… nunca le volvimos a ver después de la primera noche, pero hay días que creo reconocer su forma de andar entre los clientes, que creo verle llevando un carrito amarillo y un lápiz en la oreja, hay noches, que su profunda voz se deja oír por los pasillos repletos de estanterías hasta el techo, cargadas de esas cosas que nunca pensamos que podían existir y sin embargo, algún genio ha creado, cosas que no necesitamos, pero ahora aquí, se nos muestran imprescindibles. Porque, no nos engañemos, ¿Quién no tiene ya en su casa la escobilla limpiadora smurf (5.95 euros) que llega hasta y limpia los resquicios que el maldito estropajo verde de toda la vida ni siquiera puede imaginar?

3 comentarios:

  1. Habré de buscar la dichosa escobilla qué no sé hasta...dónde llega o no podré ser feliz el resto de mis días. Si quitaras el final los de Ikea te lo publicarían en su propaganda. Y si quitaras el punto tras la interrogación que ya lo lleva, mejor. Te imagino con un catálogo en mano, porque estás muy puesto. Muy divertida e irónica tu historia.

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  2. Qué gráfico y original, yo debo ser la única individua de este país que no ha pisado IKEA, (aquí en León no hay), y cuando voy a Asturias, Madrid, etc, me dedico a ver otras cosas, pero creo que después de tu relato, es como si hubiera estado ya dentro de uno de estos centros.

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  3. Magnífico relato amigo. Fina ironía, algo de acidez y un poso de tristeza amarga. Me encanta que le pongas precio a todos los objetos de los que hablas. Es un recurso literario que funciona perfectamente. Fernando, ya estás aquí; ya estamos aquí...

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