miércoles, 10 de agosto de 2016

EL VERANO


Entrar durante el mes de agosto en un supermercado de la playa, es en el mejor de los casos, toda una aventura. Al observar pasillo a pasillo, toda la fauna que por allí circula, encuentras a gente casi desnuda, con mini shorts, piezas mínimas de biquini y/o muchos chicos jóvenes, en bañador, como si estuvieran al borde de la piscina. Suelen ir en grupos que vociferan entre ellos para ajustar la compra al presupuesto y esto naturalmente en los distintos idiomas de sus orígenes. Los hay de todos los colores. Los recién llegados, que conservan todavía en algunas zonas, la blancura que delata su procedencia, alternándola con rojeces intermitentes en otras. Los ya más veteranos, lucen un bronceado casi integral a juzgar por los espléndidos  escotes de ellas, donde unos pechos naturales o no, se han dejado acariciar por el sol mediterráneo que se prodiga mucho durante este mes.
Otro espectáculo que me llama la atención, es la variedad de marcas y productos que se muestran en las distintas estanterías. Es tal la diversidad que si no tienes claro de antemano la marca o referencia, te encuentras con una enorme duda existencial que te impide reaccionar durante unos minutos, -los que tus ojos necesitan-, para abarcar todo lo expuesto y tu cerebro para decidirte por… ¿ el envase más llamativo?
Los carros donde se van almacenando las compras, quedan a veces, en medio de pasillos, aparcados o perdidos (nunca se sabe) impidiendo el paso de los que van empujados, en muchos casos, por los sufridos padre o madre, que además tienen que ir controlando, si pueden, a las pequeñas fierecillas que pueden correr por entre los clientes e incluso abrir algún paquete de donuts o chuches o lo que se les antoje. Los críos también piensan que estar de vacaciones supone hacer lo que les apetece en cada momento y no diferencian playa de super (es más divertido el super)
La mayoría de los  productos que en la actualidad se exponen en los estantes de estos macro supermercados son innecesarios para la alimentación. Me explico. Se podía comer perfectamente por mucho menos de la mitad de lo expuesto, porque la mayoría son alimentos de puro capricho, donde la publicidad o los propios niños, marcan las pautas de las compras, dejándose llevar por la forma de las galletas, lo atractivo del envase o la figurita o regalo que, como sorpresa, sale de su interior. Puro marketing, que ni las dependientas que organizan los expositores controlan. Hay que verlas reponiendo y organizando. Más perdidas que un pulpo en un garaje. Pero contentas. Tienen trabajo, al menos mientras dure el verano, el sol apriete y las gentes extranjeras hagan su agosto en esta maravillosa costa, donde los supermercados han proliferado tanto como los apartamentos.

Bueno, ya llegará el invierno…

viernes, 22 de julio de 2016

¿Quién vigila a quién?

               



                                         


Había terminado el máster de espionaje internacional con las mejores calificaciones. El servicio de inteligencia gubernamental lo contrató de inmediato.
Primero debía  infiltrarse entre los servicios secretos americanos. Estos le indicaron que investigara a fondo al servicio de inteligencia ruso, quien, a su vez, le ordenó que espiara las actividades de la CIA. En poco tiempo se había convertido en agente triple y pronto comenzó a experimentar la incertidumbre  característica  del espía profesional. 
Aquella noche llegó a la suite del hotel angustiado, con la sensación de tener a alguien pegado a la nuca. Se despojó de su smoking  y se metió en la ducha. Cerró los párpados. Recibió con placer el agua fría resbalando por la piel de su rostro fatigado. Notaba cómo su verdadera identidad se diluía hasta desaparecer por el desagüe. No  podía recordar su auténtico nombre. Tampoco el origen de su lengua materna...
Seguramente le ocurría lo mismo al tipo que le observaba detrás del espejo y al que se disponía a liquidar en ese preciso instante.
Lástima que alguien cambiara su arma por una pistola de agua…


Amparo Hoyos

jueves, 7 de julio de 2016

El trasplante



Ilustración de Daz (Malasia)



El anciano se había ofrecido como donante, por escrito y firmado ante notario. Así que, tan pronto recibió el aviso, se presentó en la clínica a toda prisa, radiante de felicidad —a pesar de la silla de ruedas, el marcapasos y la botella de oxígeno—; por fin iba a realizar su sueño. En cambio, el receptor, un portero de fútbol de primera división que se había abierto el cráneo contra un poste, con sus últimas fuerzas repetía:

—No por favor, no quiero ese trasplante, me niego…

A lo que el cirujano jefe le replicaba:

—La alternativa es la muerte, cierta y rápida.

—¡Pues moriré! ¡Deniego mi permiso para recibir ese trasplante!

—Según la legislación vigente, en este caso decide el donante. Al que en estos momentos están ya preparando para la operación.

Apenas trajeron al anciano donante acostado en una camilla, al entrar en el quirófano ya venía pidiendo excitado:

—¡Anestesia, por favor!

En tanto el receptor sollozaba:

—No, por favor, tened piedad, no…

Y el donante insistía:

—¡Corte cirujano, corte!

Al tiempo que, con un arrugado y tembloroso dedo, señalaba su cuello:

—¡Córteme el cuello y pégueme ese pedazo de cuerpo!

—¿¡Y que va a pasar con mi cabeza, vejestorio!?

—¿Esa coliflor? Chico, no sé cómo puedes seguir hablando, el cerebro lo tienes en una bandeja de plástico. Si notas un cosquilleo, son las moscas que andan chupando sesos.

—¡Mentira!…

—Tranquilo, chaval, todo cuadra: le pondrán tu cabeza a mi cuerpo y meterán el conjunto en un ataúd. ¡Chapeau!, tío.

—Pero…

—Tú no te preocupes, en cuanto cicatrice la unión, yo, decidiré si a mí me apetece acercarme paseando por el cementerio para traer flores a nuestra tumba. Bueno… si las jovencitas me dejan algún respiro.

—¡Ya está bien de cháchara! —cortó el cirujano— ¿a mí quién me va a pagar?

—Pues… el chaval este debe estar forrado, quince veces en la selección nacional…

—Sí, vejestorio, tengo más de veinte millones en Gibraltar.

—Perfecto.

—No corran tanto, sin la contraseña no hay dinero; y la única copia está en mi cerebro, el que se comen las moscas.

—Pensándolo bien, este cerebro no está tan mal, he hecho operaciones más difíciles… Claro que cráneo, lo que es cráneo, no queda nada… ¡El del viejo, le pondré el cráneo del viejo! Con su cerebro dentro, claro. Eso sí, le advierto de que se quedará calvo.

Tico Lorente (Carlet)

martes, 28 de junio de 2016

Carta subliminal




Tan conocido, que pensé que la puerta se transformó en automática solo para recibirnos. Esa bienvenida se confirmó como amigable en la mutación de nuestros rostros, que palidecían en el ambiente despojándose del rosado, en particular el de la sonrisa.

Una vez colocadas, empecé a reiterarme en mi manía: La mirada al reloj de pulsera que me correspondía, con descargas de hastío para desembocar en un deseo de escape. Aparecieron cuatro hombres reunidos que se sonríen, invitándome a participar en su juego, y me reparten una de las cinco cartas.

Alterada por  la voz megafónica que me reclamó, pues mi familiar no podía, acudí al mostrador de urgencias dejando mi carta boca abajo sobre la camilla de ese anciano que no había parado de quejarse durante todo el tiempo. Cuando ya me informaron que las pruebas eran correctas me alegré, también porque podría volver a encontrarme con ellos. Recuperé mi carta y al rozarle ligeramente con mi mano, el grito del anciano me resultó el más humillante de todos.

Miré perplejo aquella calavera y quedé pensando, pero intuí que era un comodín, y eso me reconfortó. Otra sonrisa de los presentes al mostrar mi carta, la siguiente al mostrarme las suyas, que son los ases de los diferentes palos.

Los reclamos del anciano no tardaron en abandonarnos—cuestión de 5 minutos, calculé—. De pronto, los sanitarios se agolparon en torno a él al percibir la ausencia de silencio y llegaron apresurados, confiando en poder devolvérselos. El médico confirmó la sospecha.

Obligados, mis pies se arrastraron hacia atrás para que las ruedas de la camilla no me los pisasen y aquella se alejó en trayectoria recta por el pasillo hacia el indicador de salida marcado en letras negras. A su paso también encontró a mis amigos, que se unieron en aquella  huida del habitáculo, donde le acompañaron con la cabeza inclinada hacia abajo hasta desaparecer del alcance de nuestra visión.

Quedé pensando que aquel aviso megafònico nos salvó de un buen contratiempo.

Laura Castaño Lluna