viernes, 29 de mayo de 2015

La pequeña luciérnaga, Jorge Richter

El manto de la noche lo cubría todo, nada dejaba escapar. Las estrellas marcaban un limitado perfil dibujando copas de árboles en derredor. El viento estaba ausente. Templada la temperatura. En silencio las aves.

Enfurruñada volaba la joven luciérnaga “Pi” zigzagueando en el aire.

 La tristeza le daba una dirección, el enojo otra. Entre ambas, subía, bajaba, para un lado y para otro.

El atrevimiento por dejar atrás la fiesta del multilumínico grupo no fue sencillo.

Miles de miles de luces resplandecían intermitentes dentro, sobre y muy por encima de las espigas de trigo silvestre. Cada clan a su altura, cada hembra con su mejor luz. La música la ponían los grillos. La luna y las estrellas de la primavera invitaban a la fiesta. Ser feliz con el mejor atuendo, disfrutar, comer y reproducirse. A algunas, poco les importaba emitir con su pequeño faro un falso código si la glotonería superaba sus ansias de diversión.

Los machos detrás de la mejor luz, el código de señal más tentador. Nada novedoso en el festival.  Para terminar, como casi siempre, engullidos, si no eran precavidos ante la espontaneidad.

Mientras, la luciérnaga Pi en su volar incansable, alcanzó el último prado ante los pies de los montes en la frontera del bosque. Pi estaba agotada, y triste se detuvo en una tierna  hoja que le meció al posarse. Su enojo había desaparecido tras el vuelo.

A pesar de los esfuerzos nunca había podido encender la luz. Noche a noche lo intentaba. Sus compañeros ya se divertían,  paseando los farolitos que encendían y  apagaban el nombre del clan.

Pi en su vuelo sólo dejaba rastro de oscuridad.

Posada en su tierna hoja de Boca de León, contempló las estrellas y deseó con fuerza poder iluminar, más de lo que pudieran hacerlo un millar de luciérnagas juntas. Ser estrella un instante por un momento.

Tal fue su fuerza interior que se iluminó una Dragonaria violeta bajo sus patitas. Cerca, muy cerca.
Pi se asustó, casi se cae. Continuaba sin tener su propia luz . El farolito violeta de la flor no se apagó. Resplandecía entre la oscuridad iluminando el racimo próximo de Bocas de León.

Decidida, intento recordar cómo había sucedido mientras contemplaba el interior de la flor donde reposaba la violeta linterna. Se concentró muy fuerte y otra Boca se iluminó. Ahora sonrío y juntando la energía de las estrellas, apuntó con su cola y …una a una las flores fueron iluminándose en los distintos racimos.

Con desbordante soltura emprendió vuelo, dejando caer aquí y allá luces por doquier. Rojas, violetas, azules, se encendieron las corolas. Conejillos iluminados salpicaron el valle.


Tal fue la satisfacción de Pi que quiso contemplarlos desde las alturas, mucho más alto de lo que nunca subió. Ascendía y al girarse miles de pequeñas lucecitas iluminaban un cielo con estrellas de colores. Quedó tan gratamente convencida del don que se le había otorgado que se lanzó a volar entre las estrellas. El espacio la recibió. Aquí, allá y más allá se iba iluminando una estrella. Por el cosmos en zigzag compartió galaxias. Algunas se iluminaron, otras pasaron del negro al color. Vio nacer universos multicolores y comprendió que todo estaba en una simple luciérnaga sin luz, llamada “PI”.

miércoles, 27 de mayo de 2015

¿Por qué escribes o quieres ser escritor?



¿Por qué respiras y quieres seguir respirando? Nunca me he formulado esta pregunta ni tampoco la que encabeza este texto. Me encontré un buen día, hace de esto ya mucho tiempo (a mitad del siglo pasado), existiendo y mi vida, supongo, era normal, tenía una familia, una casa, iba al colegio, mi padre era comerciante y mi madre se ocupaba de las labores del hogar y de nosotros, sus tres hijos. Salíamos los fines de semana (a tomar gambas a la plancha de aperitivo los domingos después de misa, de eso me acuerdo muy bien). Recuerdo muchas otras cosas que no vienen al caso y recuerdo también que desde siempre había un sueño que estaba conmigo, desde que leí los primeros libros, ese sueño era escribir, ser escritora, tener un aspecto serio y distinguido y hablar con fluidez de los asuntos más profundos de la vida. Pero ese sueño, permitidme la reiteración de la palabra, no era un deseo consciente, no era algo a lo que yo aspirara, no me consideraba agraciada con ningún talento especial, ni poseía una imaginación prodigiosa, ni tenía mi cabeza llena de historias pugnando por salir y liberarse de mí o yo de ellas, ni pensaba que algún día pudiera hacerse realidad. Simplemente vivía conmigo como algo ajeno al mundo real, como otra vida paralela u otro yo que me permitía disfrutar de una vida interior entretenida, sin planes, pero llenando mi cuerpo con una semilla de ilusión vaga e imprecisa, mezclada con otros sueños o con otros yoes que también habitaban dentro de mí, como el de ser una bella actriz de cine con extraordinarias cualidades interpretativas, que llenara toda la pantalla y enamorara a todos los espectadores con un suave parpadeo de sus grandes ojos verdes; o una chispeante cantante de verbenas con un traje rojo ceñido y escotado delante de una maravillosa orquesta, que interpretara románticos boleros en noches de verano con hermosos cielos estrellados como telón de fondo.
Fui creciendo y el amor por la lectura nunca me abandonó (tampoco el amor por la música y el cine), leía todo lo que caía en mis manos, colecciones de clásicos encuadernados con barrocas portadas de colores y adornos dorados que mi padre compraba para decorar las estanterías del salón; pasé tórridos veranos de mi adolescencia devorando una novela de Corín Tellado por día, leí la obra completa de Zola encuadernada con tapas de piel roja que aún conservo como herencia paterna, pero que ya no es objeto decorativo en mi casa desde que la moda minimalista me llevó a esconder todos mis libros en una estantería con puertas de cristal translucido a través de las cuales sólo se adivina lo que hay en su interior y que los protege del polvo. Leía sin orden ni concierto, no sé si fue primero Shakespeare o las novelas de Zane Grey y no sé en qué momento empecé a tener una clara predilección por la buena literatura.
Me gustaba leer tumbada en el sofá en el que me pasaba horas y horas y eso exasperaba a mi madre que me gritaba:
-¡Niña, por qué no te pones a coser o a hacer algo de provecho!
Pero yo hacía oídos sordos y seguía disfrutando de mi pasión por la lectura y viviendo vidas diferentes y extraordinarias a través de aquellas páginas.
No fui una buena estudiante pero no recuerdo cómo conseguí acabar el Bachillerato, fui a la Universidad y cursé una carrera de letras, los números me producen una especie de aversión quizás por la cantidad de veces que me suspendieron las matemáticas en el colegio debido a mi falta de atención por culpa de esas fantasías que me alejaban del rigor académico. Supongo que deseaba ser profesora que era uno de mis juegos preferidos, sobre todo cuando mi amiga Teresa me prestaba el traje de monja que le habían regalado y con el que yo me veía tan atractiva y tan en mi papel de dar clase a sus hermanas pequeñas.
Pero, ¡ay! No conseguí aprender lo suficiente y cuando acabé los estudios no me sentía preparada para enseñar nada, así que colgué los “hábitos” y me dediqué a variadas ocupaciones que se sucedieron en el tiempo: vendedora de ropa, de enciclopedias, auxiliar en un hospital psiquiátrico, dueña de un restaurante, profesora de cocina, …
Un buen día decidí que tenía que seguir aprendiendo y volví a la Universidad (asomaban ya las primeras canas en mi abundante cabello negro) para cursar una nueva carrera de letras. Esta vez, después de cinco años de estudio intensivo en que me leí una copiosa representación de la historia de la literatura española e hispanoamericana y una pequeña incursión en la literatura inglesa, a un ritmo frenético en el que no sabía muy bien si leía o sobrevolaba las miles de páginas, pensé que ya estaba preparada para compartir mis conocimientos e inicié mi carrera en las aulas de educación secundaria. Fueron unos años difíciles porque tanta lectura me reblandeció un poco el cerebro y machacó mi espalda y no me preparó precisamente para la “guerra” sin cuartel que tuve que iniciar contra ciertos aprendices de nada y doctores de la mala vida a los que hube de enfrentarme.

Una enfermedad profesional me tiene recluida, por el momento, en una casa aislada del mundo, sentada en un sillón ergonómico, viendo los árboles desde mi ventana, disfrutando de muchas horas de soledad, sabiendo ya que nunca seré cantante de verbenas, que quizá algún día me llegue la oportunidad de debutar en el cine y que es el momento de iniciar esa novela que todavía no sé qué contiene ni quiénes son sus personajes, pero que a lo mejor un día de estos se me aparecen y me atrapan en sus, espero, sugestivas vidas.

sábado, 23 de mayo de 2015

El contorsionista



Cuando se colocó delante de aquella pequeña urna para ejercer su derecho al voto, el Presidente de la mesa observó un comportamiento extraño en aquel hombre.

Rompió el candado y de un brinco se introdujo en ella, ante la mirada atónita de todos los allí presentes.

Sin duda pensaba que era la única forma de asegurarse la reelección.

jueves, 21 de mayo de 2015

Lluvia a la una de la madrugada.



Lluvia, oigo el sonido de la lluvia cayendo por la carretera, las gotas rebotando en la metálica barra que marca los límites de la terraza, resuena ese eco en las cañerías inundadas, corriendo casi con recelo calle abajo. El sonido de la lluvia relajando mi pulso, atenuando el bombeo de mi corazón. De una forma tan simple, tan lisa y llanamente fácil.

Natural como el vapor de agua que sale de mi boca al suspirar, como mis pensamientos acompasados con el frío, esperando a ser reanimados y tener esos treinta y seis grados de nuevo. Entro en coma emocional esperando fundirme en un sueño con la lluvia de fondo, con esas gotas cayendo del cielo a cámara lenta y que culminan en el suelo sin esperarlo su efímera existencia.

No deseo que termine este ansiado estado, protegida por esta invernal música que nunca acaba, donde sus notas rezagadas siguen resonando en mi mundo a partir de medianoche, pues ya han sido las doce y nada ha cambiado. Los segundos han continuado y el reloj no se ha parado.


Pero todo acaba, incluso la canción se acaba. En ese infinito tiempo la lluvia me devuelve al mundo real, rechazando mi entrada a esa dimensión paralela donde cada gota sustituye cada idea en mi cabeza. Como una descarga eléctrica mis constantes vuelven a marcar ese pulso que ya creía disminuido. Tan sólo dos pasos me alejo de esa terraza y el sonido de la lluvia se difumina hasta hacerse casi imperceptible. Plácidamente sigue cayendo a pocos metros de mí, retando a la función de mis oídos, hasta casi puedo saborear su victoria al desaparecer del mundo de mis sueños, pero no me importa, porque yo sigo soñando con soñar con la lluvia.