martes, 21 de abril de 2015

Homenaje


La inspiración llegó de improviso, en plena crisis de dolor.
El escritor de cuentos tomaba notas apresuradamente en el primer folleto publicitario que encontró en la consulta.
A su izquierda, detrás de una puerta, una suave voz anunció su nombre.
Cómodamente instalado en el sillón, su mente navegó por mundos extraños.
Decidido a ignorar la realidad, cerró los ojos. En un instante se quedó dormido.
Cuando despertó, la dentista todavía estaba allí.

lunes, 20 de abril de 2015

EXCOMUNIÓN



Mientras al fondo suena por la radio una animada tarantela, se oye gritar a una mujer.
—¡Porca miseria!
—¿Qué diantres pasa, Concetta?
—¡Antonio, el Santo Padre te ha excomulgado!
—¿Pero qué tonterías dices, desgraciada?
—Lo pone en el periódico, ha dicho que la mafia es la adoración del mal. ¡El Papa os ha excomulgado, a ti y a todos tus compinches! ¡Mamma mía, vais a ir al infierno!
—Ese viejo chochea, le van fallando las neuronas. Aunque claro, al final tenían que salir a relucir las ideas del comunista de su padre. ¿No sabías que el cobarde piamontés huyó a Argentina cuando Don Benito ganó las elecciones?
—Antonio, tienes que ir urgentemente a hablar con el Signore Obispo. Don Gianpiero te conoce, es tu amigo, sabe que eres piadoso y caritativo, perdona todos tus pecados. Explícale que los negocios son los negocios, que no te pueden condenar por ganarte la vida a costa de la ley, como hace tantísima gente en este podrido mundo. Porque las leyes las hacen los hombres y Dios es misericordioso. Recuérdale lo que dijo nuestro Señor, «el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra»
—Concetta, ¿pero de verdad crees en el cielo, en el infierno, en el juicio final, en la resurrección de los muertos y todas esas patrañas? ¿Tan crédula eres, mujer? ¡Que ya tienes más de sesenta años, utiliza el seso de una vez, por el amor de Dios!
—¡Blasfemo infiel! ¿Cómo se te ocurre hacer esa pregunta? Eres un patán, ya me lo decía mi pobre mamma: «búscate un professore, un intelectual; ese Antonio es un cerril, no es trigo limpio, huye de él como de
una serpiente o acabarás escarmentada, te amargará la existencia, te buscará la ruina…»
—¡Pobre Doña Orsolina, otra beata que tal! ¡Ya veo lo amargadita que estás! En un ático de lujo de doscientos cincuenta metros en pleno centro de la ciudad, con una sirvienta interna que hace todos los trabajos, con un chófer que te lleva a la esteticien, a la peluquería y al spa dos veces por semana, con una tarjeta de crédito que hay que renovar cada tres meses de lo desgastada que acaba… ¡Ah! Y con un joven amante, que lo sé, que aunque pienses que estoy en Babia tengo ojos y oídos en cada esquina. ¡Amargadísima! ¡Una mártir, eso es lo que eres tú! Voy a hablar con el Signore Obispo, pero no para que me perdonen a mí, sino para que te santifiquen a ti, pobre sufridora, la principal víctima de Antonio Lorenzini, el gánster, el mafioso, el criminal, ¡el que la secuestró en Catania para someterla a torturas y escarnio durante toda su vida!
—¡Eres incorregible, Antonio! No sé por qué no te odio. Mejor dicho, no sé por qué no te mato. Ven aquí que te dé un beso, pedazo de macho, mi semental. Ven aquí, desnúdame y hazme el amor como un poseso. Si has de terminar en el infierno, quiero estar allí contigo, amore mío.

jueves, 16 de abril de 2015

EL REENCUENTRO


Miraba continuamente el reloj de su muñeca, al tiempo que aumentaba su ansiedad. No podía evitar estar tremendamente nervioso. Eran muchos los años transcurridos desde la última vez que se vieron y los cambios, en él por lo menos, pensaba, eran muy evidentes. No podía dejar de preguntarse si se reconocerían o, si ella, nada tendría que ver con la muchacha de la que estuvo perdidamente enamorado.
Oyó una voz detrás suyo que pronunciaba con un claro interrogante ¿Alfonso? y al girarse, se encontró con una mujer atractiva, entradita en carnes, que le miraba esbozando una encantadora sonrisa, al tiempo que le acercaba la cara para estamparle un sonoro beso en la mejilla. A la ansiedad le sucedió un aturdimiento de tal envergadura que solo supo balbucear monosílabos… tú, tú… porque no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. La transformación de Teresa era total. Nada que ver con la quinceañera bobalicona que ocupaba sus recuerdos, ni con la idea que se había forjado, en su soledad, del reencuentro con la antigua novia. Por aquel entonces no se dejaba tocar más allá de la altura del codo, ni besuquear si consideraba que podían tener testigos de semejante hecho.
Cuando se fueron tranquilizando ambos,- pues Teresa tuvo que reconocer que también estaba de los nervios ante la cita que habían acordado por teléfono,- fueron volcando sus vivencias de los últimos años, a la par que entrelazaban sucesos comunes de la adolescencia que los dos recordaban como una etapa preñada de sueños, pero desaprovechada por las circunstancias, los convencionalismos y posiblemente por la cobardía de ambos.
Alfonso le relató su matrimonio fallido. Sus esfuerzos por aprobar una oposición que lo desgastó hasta la extenuación en unos años en los que aún mantenía la ilusión de un futuro prometedor, para el que había invertido mucho esfuerzo y bastantes sacrificios, hasta que acabó renunciando y aceptando un trabajo que no estaba, ni mucho menos, a la altura de sus expectativas, pero que le permitió sobrevivir. Y en eso estaba, sobreviviendo. Cuando supo, por un antiguo amigo común, que ella vivía en la misma ciudad que él, no cesó hasta conseguir su teléfono y ponerse en contacto para acordar esta cita en la que se encontraban y que, -en eso estaban los dos de acuerdo,- de no ser por la precisión del lugar, seguro, seguro, no se habrían reconocido.
- Tú en aquella época eras un intelectual al que me costaba entender,- le confesó Teresa-. Siempre con tus libros y tu seriedad a cuestas. Hablabas poco y parecían importarte más tus estudios que cualquier cosa.
- ¡Pero qué dices! si yo estaba loco por ti y esperaba el momento de estar contigo como lo más extraordinario que me podía ocurrir en aquel tiempo, donde todo era gris y triste. Pensaba que labrándome un buen futuro podía
compartirlo contigo. Pero todo salió al revés. Tu familia, y tú con ellos, cambiasteis de ciudad y yo me precipité en mi matrimonio y posiblemente también en mi vida. Te vas acomodando a la cotidianidad, al día a día y cuando te descuidas, te encuentras con que eres casi un viejo, con una incipiente calvicie, un montón de canas y lo que es peor, sin proyectos y sin ilusiones.
- No seas tan negativo. Estás interesante con tu escaso pelo blanco,- le dijo animada Teresa- las mujeres aguantamos un poco más la apariencia a base de tintes y, te lo digo sinceramente, auténticos sacrificios, pero los años pasan factura ¡ y de qué manera! Yo también me casé, tengo dos hijos ya creciditos y mi marido se buscó una más joven a la que tuvo como amante durante mucho tiempo, hasta que decidieron legalizar su situación. O sea que mis esfuerzos sirvieron para bien poco.
- ¡Si estás espléndida¡ y los años te han dado una pátina, un no sé qué, que te da luminosidad. Algo difícil de transmitir sin las experiencias que te da la vida. La jovencita inexperta que yo conocí se ha transformado en toda una maravillosa mujer y con un brillo en los ojos…
Poco a poco, los dos se sintieron rejuvenecer. La tarde se transformó en noche y siguieron hablando… hablando. Lo necesitaban. Hacía mucho que no se planteaban un futuro y decidieron, juntos, jugar una última partida en esto de la vida. Tenían que recuperar su tiempo.

miércoles, 15 de abril de 2015

Reservado hasta las doce

Descolgué el teléfono que estaba en la mesilla.
—Señorita, me comenta el director que le recuerde que debe abandonar la habitación.
—Dígale al director que la habitación está pagada hasta las doce —grité furiosa al recepcionista—. Bueno, no diga nada, ya me voy. Creo que hoy tampoco vendrá.
En la calle había comenzado a llover. Me cobijé debajo del voladizo de un balcón deseando que el chaparrón remitiera. El viento lanzaba la lluvia contra mí, y al cabo de un rato, comprendí que era mejor resguardarme dentro de algún sitio. Frente a mí, se divisaba un pequeño parque. Apenas visible desde donde yo estaba, se erguía una antigua construcción que albergaba una biblioteca.
—Aquí nunca he probado —pensé.
Con el bolso sobre la cabeza a modo de paraguas, esperé a que el semáforo se pusiera en verde para cruzar la calle. Tomé el empedrado camino que conducía al edificio y corrí para refugiarme dentro de él. Tuve tal extraña suerte, que el tacón de uno de mis zapatos quedó aprisionado entre dos adoquines del suelo.
—Tranquila, yo te ayudo.
El joven encapuchado que había ido en mi auxilio, se agachó y tiró del zapato hasta liberarlo.
—Ya está. Si no te das prisa, acabarás como una sopa ¡Hasta luego!
Salí pitando tras él sin preocuparme ni de los tacones, ni del barro, ni de la falda tubo que apenas me permitía andar.
—Hemos llegado al mismo tiempo —le dije con una sonrisa quitándome la chorreante gabardina mientras él hacía lo mismo con su anorak—. Te debo un favor.
— Pues mira, creo que me vais a quitar el carnet. Tengo un libro que debería haber devuelto hace tiempo.
—Tendrás que pedir otro favor porque yo no trabajo en la biblioteca. Sólo voy a sacar una novela. Suelo ir a menudo. Me gusta mucho leer —mentí.
—Ah. Pues nunca te he visto.
—Yo tampoco te he visto a ti.
—Tal vez haya pasado desapercibido.
—Tal vez yo también haya pasado desapercibida.
—Lo dudo si siempre vas vestida así.
De repente caí en la cuenta que, al igual que todos los días, llevaba desabrochados varios botones de la camisa. Abroché alguno dejando que se siguiera viendo parte del canalillo. Había perdido a un cliente y necesitaba con urgencia sustituirlo por otro.
—Vaya, me lo podías haber dicho antes. ¿Estudias?
—No exactamente, investigo. ¿Y tú?
—Entonces… ¿trabajas?
—Más o menos.
—Pero trabajas de investigador, ¡vamos, que eres un intelectual! ¡Qué interesante! Y, ¿qué investigas?
—Hago estudios sociológicos para analizar los rumbos equivocados de algunas poblaciones y con ello indagar qué se puede hacer para cambiar la situación. Por ejemplo, el último tratado ha sido sobre el hambre en el Tercer Mundo y el gasto descontrolado en armamento.
— ¡Vamos, un nuevo mesías!
—No por Dios, ¡qué barbaridad!
—Bueno, así a priori, es lo que parece. Tal vez si viera tu trabajo podría hacerme una idea más clara.
— ¿Quieres ver lo que hago? ¿Vas a sacar algún libro?
—Sí, me encantaría; y no, olvidé el carnet de la biblioteca. Y tú, ¿vas a dejar el libro?
—Otro día. Te invito a comer en mi casa.
El joven, de quien nunca supe su nombre, vivía en una buhardilla en pleno centro. La casa estaba pulcra y excesivamente ordenada, pero lo que más me llamó la atención fue un misal que descansaba sobre una butaca.
—Léete esto mientras preparo la comida —me sugirió tendiéndome una carpeta que había cogido de la mesa.
—Vale —respondí acercándome a él.
Intenté darle un beso, pero se escabulló con mucha astucia. No le di importancia, los buenos amantes son costosos de lograr, y aquel tenía pinta de ser el amante más caro de todos.
Despareció cerrando la puerta del comedor, como si intentara hacerme comprender que yo gozaba de la más absoluta autonomía para fisgonear lo que quisiera. Fue entonces cuando comprendí lo que intentaba. Me acerqué a la mochila que había dejado apoyada sobre la pared e inspeccioné lo que había dentro. Un plano de Valencia con una cruz marcada sobre un hotel, un panfleto en donde se adjuntaba una dirección web que se llamaba StopProstitución.org y un folio verde encabezado con mi verdadero nombre con una frase que jamás podré olvidar: “Vete y no vuelvas a pecar”.
Abandoné su casa sin encontrar a nadie, y al cabo de una semana, abandoné la ciudad. Hoy, después de muchos años, he tecleado la dirección web de aquella organización, tengo tiempo, la habitación está pagada hasta las doce.