Primero la moldeé en arcilla, una vez que el resultado fue
el que esperaba, comencé a tallarla en mármol. Lo hice, porque quería consolar
a los corazones solitarios, quería darles esperanzas, infundirles valor. La
“bella que mira”, nació de mis manos para prestar un incondicional servicio a
los inútiles en las artes amatorias, una mujer bella e inofensiva, que escuche
lo que los absurdos tengan que decir y les mire enamorada, como si para ella,
no hubiera nadie más interesante en este mundo demente.
Todo salió mal, la talla no, la talla salió perfecta, pero,
hasta tenerla acabada frente a mí, no me di cuenta de lo mucho que la
necesitaba. No supe ver, no quise ver, quizá por ego, quizá por locura, que yo
era uno más de aquellos inútiles. Mi trabajo solitario, acortó mi capacidad
oratoria hasta prácticamente extinguirla y sólo con ella, mi verbo volvió a
fluir. Pasamos largas noches hablando, bueno, hablaba yo, ella se dedicaba a
mirarme y a comprenderme con infinita paciencia. Dejé de hacer mi trabajo, dejé
de tratar con las personas, me convertí en un amante celoso, con una feroz
dependencia de mi propia e inánime creación.
Me encontraron inconsciente en el suelo. Cuando desperté, me
hallaba en este lugar en el que ahora vivo, de paredes blancas y pasillos limpios
llenos de gente sin alma, de locos de atar con la mirada fija en un mundo
inexistente. He leído que “Bella” descansa en un museo. Yo no estoy loco, al
menos, no como ellos piensan, pero, si consigo que así lo crean, tal vez un día
pueda escapar y volver a su lado.
La imagen que captó el video en el interior de la sala del museo,
muestra como Ángel Guimerá, huido del hospital psiquiátrico López Ibor hace dos
días, toca la “Bella que mira”, talla de su creación, minutos antes de robarla
y desaparecer con ella. No se conocen datos sobre su paradero, la policía está
siguiendo varias líneas de investigación.