
Su tiempo lo pasaba vagando por las calles de la ciudad, observando los engranajes de la vida y rondando la trastienda de la carnicería del cuartel, como un gato más, a la espera de las sobras. Él sabía que no tenía que cogerlas, su madre ya se lo dejó claro a él y a su trasero aquel día que llegó a casa tan contento con un conejo entre las manos, obsequio de Don Secundiano, uno de los verdaderos Héroes de Cavite, según él.
Así que cuando el maullido de los gatos empezaba a ser molesto, por ensordecedor, salía el Héroe de Cavite con los despojos de la carnicería y era el momento propicio y perfecto para hacer la colecta de aquel sembrado de gatos. Pedrín sacaba el saco de arpillera que escondía entre sus calzones y lograba cazar siempre dos o tres antes de que el resto se escaparan bajo la atenta mirada del carnicero que le decía: “Pedrín, eres un rojo y un sinvergüenza...”. Con uno de los adoquines sueltos de la acera los callaba bien callados y salía raudo y veloz con el botín para casa. Allí, su madre los pelaba, los limpiaba y los envolvía en papel encerado para que Pedrín se los llevara a la carnicería del cuartel, por la trastienda. Don Segundiando siempre le daba una rubia por gato, y un capón... por rojo y sinvergüenza.