sábado, 17 de marzo de 2012

EL MUNDO DE PIN Y PON



“No eres un hombre de verdad, eres un mierda, un don nadie, no sabes hacer nada: inútil.” Cada vez que mamá le hablaba así a papá yo le miraba y veía cómo sus manos comenzaban a temblar; sus manos y su labio inferior; era un temblor leve pero incesante. Los hombros se le desplomaban hacia abajo como para protegerle del aluvión de insultos…, a mí me parecía que se hacía pequeño, que encogía al ritmo que la gritona voz de mamá se hacía más intensa y ofensiva.
Deseaba abrazarle y llevarle conmigo al país de mis Pin y Pon. Me parecía que allí estaría muy bien porque ellos siempre sonreían y eran muy silenciosos. Apretaba muy fuerte mis puños y mis párpados mientras lo deseaba, pero, cuando los abría él seguía allí con los hombros caídos y ese temblor que me conmovía y  llenaba de dolor.
A lo largo de mi existencia me he encontrado con muchos seres de hombros hundidos y manos temblorosas, seres que parecen encogidos por el peso de sus miserias y desventuras. Cada vez que me topo con ellos pienso en mis muñecos Pin y Pon y su mundo feliz y, aprieto muy fuerte mis puños y mis párpados para que puedan instalarse allí.

viernes, 16 de marzo de 2012

Esos pequeños seres


En todas las casas existen recónditos lugares como una rejilla, cavidad o desagüe al que no prestamos atención por su inaccesibilidad y es ahí donde ellos habitan. Nos vigilan a lo largo del día y conocen todos nuestros secretos. Por las noches y cuando salimos de casa se convierten en nuestro alter ego: leen nuestros libros, se pasean por nuestros armarios y se sientan en nuestros lugares favoritos.  Nos imitan en todo. Porque de tanto observarnos conocen nuestras reacciones más íntimas de memoria. No es de extrañar que no encontremos las cosas donde pensábamos que las habíamos dejado. No es un despiste, son ellos, que les gusta molestarnos. Mueven los muebles apenas unos milímetros, esconden las llaves o los papeles que tanto habíamos buscado y que inexplicablemente aparecen al cabo de unos días, allí donde ya habíamos buscado sin éxito. Habéis de estar bien atentos para descubrirlos. Y prestarles atención para  convivir todos tranquilos. Son los duendes de los hogares. 

LO QUE YO SÉ DE LOS HOMBRECILLOS

En cuanto salió el libro de Millás a la venta me fui rauda a la librería para adquirir un ejemplar. Estaba ansiosa por conocer lo que él sabía porque yo también tengo algo que aportar. Todo empezó en mi quinto cumpleaños, cuando mi abuela María se presentó con una enorme casa de muñecas como regalo. Era una preciosidad, nunca había visto nada igual. Toda la parte delantera era una puerta que, al abrirse, dejaba al descubierto su interior, formado por cuatro pisos y diferentes cubículos donde se ubicaban dos salones, una biblioteca, los dormitorios, tres cuartos de baño y una preciosa cocina. Tenía de todo. Cuando se cerraba era una fachada con sus ventanas y balcones velados por cortinas y la puerta de entrada en la parte de abajo. Los pisos estaban comunicados por una escalera. Había alfombras, lámparas, ropa de cama, toallas, todo lo que se puede encontrar en una mansión grande y lujosa. Quedé encantada con el regalo, claro. Pero lo bueno vino después. Un día en que mi madre estaba muy atareada en la cocina oí unos golpecillos en la puerta de nuestro piso, abrí, allí no había nadie. Estaba a punto de cerrar cuando una vocecilla proveniente de un diminuto ser de la altura de mi zapato, me llamó por mi nombre y se presentó muy cordial. Bajé la vista y vi a una familia completa: el padre, la madre y dos niñas de mi edad, iban todos cargados de maletas y me pidieron permiso para ir a mi cuarto, allí me rogaron que les abriera la casita pues iban a instalarse en ella. Así fue como entraron en mi vida y se han quedado conmigo para siempre. Observarlos y tratarlos ha sido y es una de mis mayores fuentes de felicidad. El mes pasado enterramos al padre que ya había cumplido los ochenta y se quedó apaciblemente dormido en la biblioteca con el libro de los hombrecillos en las manos. Creo que su corazón no pudo soportar que la gente empezara a saber de ellos.

jueves, 15 de marzo de 2012

El secreto del jardín


(por favor, léase escuchando la música)

Irene de Rocamora nació tras estas rejas en los tiempos de la reina Germana de Foix, viuda del “Católico” y virreina de Valencia. El esplendor de esta corte renacentista no parecía ensombrecerse con las crueldades que Germana infligió a sus enemigos políticos. La noble Irene creció en una ciudad alegre y cultivada, prestigiosa y bella, elogiada desde todos los rincones del mundo conocido. Asistió a suntuosas fiestas y aprendió los preceptos de la más delicada cortesía. En su juventud experimentó los placeres de una aventura galante con mucho recato; y cuentan que un joven de la familia Trénor murió en un duelo por defender su honor. Pero solo los muros de su jardín conocen el secreto de sus amores con un morisco que se hacía llamar Ovidio, para ocultar su origen, y que le recitaba hermosos versos en noches de plata y nardos; le hacía el amor con una inmensa dulzura bajo la atenta mirada de su criada Melibea. La historia no acabó en tragedia porque los moriscos fueron expulsados del reino. Dicen que el llanto de Irene, derramado sobre las plantas, embelleció aún más el magnífico vergel.