martes, 21 de febrero de 2012

OTROS TIEMPOS...



           (A mi padre)
            Quiero hablar de mi padre. Su nombre es Miguel Ángel y ya acaricia los setenta años. A mediados de los años sesenta hizo el viaje que muchos soñaban: de Torrevieja a Madrid para estudiar una ingeniería. Allí entró en contacto con los estudiantes afiliados al Partido Comunista, entonces envuelto en una clandestinidad de hierro. Al mismo tiempo conoció al Padre Llanos, aquel cura rojo que trabajaba en el Pozo del Tío Raimundo, y se afilió a las Juventudes Obreras Católicas. Regresó tres años después, con una carrera y dos fichas de peligrosa filiación. Mi madre, entonces su novia, esperaba su retorno cual Penélope.
            Todas la mañanas, a las nueve, voy a ver a mi padre. Hablo con él durante treinta minutos. Siempre terminamos charlando de lo mismo, mientras mi madre me mira con los ojos llenitos de ayer. Cuando una discusión de política se nos enquista, mi padre suele decir la misma frase: “Vosotros podéis hablar. Aunque no os hagan caso al menos no os muelen a palos, como a nosotros. Eran otros tiempos...”
            Hoy he vuelto a cumplir con la ineludible ceremonia de hablar con él. La política era otra vez el tema central. La televisión de la cocina escupía las imágenes de un grupo de policías apaleando a unos estudiantes en Valencia. No hemos discutido. Su mirada parecía más cansada que nunca. De sus labios no ha salido la frase “eran otros tiempos...”

MI QUERIDA LAUREN

Mi afición al cine comenzó desde muy niña. Las primeras películas que vi en casa, con mis padres, eran en blanco y negro, pero no importaba. Se contaban historias sentimentalmente muy intensas y dramáticas. Amores prohibidos e  imposibles, aventuras en tierras lejanas, detectives poniendo su vida en peligro por el favor de una bella y misteriosa dama...Esas era mis preferidas y allí os encontré.
Para mí érais la pareja perfecta: Lauren y Humphrey . Ella lo tuvo fácil porque ya era modelo, él ya estaba situado en el podio de los actores, duros para la acción y tiernos para el amor. Así fueron también sus propias vidas, unidos hasta que él marchó prematuramente y te dejó con dos hijos, sumida en el dolor más profundo.

Le hiciste un largo duelo, pero tenías que resurgir. Durante algunos años más, continuaste siendo la misma elegante y seductora mujer a quién algunos llamaban "La mirada" y mi admiración por ti aún continúa. Sigo viendo tus películas para recordar tu porte, tu profunda voz, tu penetrante y misteriosa mirada que hacía que los hombres pelearan por tenerte.

Repasando el actual elenco de actrices intento buscarte en alguna de ellas...pero no te encuentro.

LA INVASIÓN DE LOS ULTRACUERPOS (versión 2ª p. s.). Por Nicéforo Logoteta.

La ciudad despertó al igual que ayer y en su bostezar nos volvió a tragar. La noche fue cruda, sí, y ese cuerpo que arrastro empieza a temblar[1].

Cruzas por el Luis Vives y una señora con un cencerro enorme firmado por un tal “Bulgari”, con sus ojos saltones -de vaca más que de rana- te dice con su mirada “chusma”. Te callas por educación y porque no has aprendido a contestar miradas, sólo a interpretarlas, el colegio público donde estudiaste se dedicaba a enseñar “educación cívica” en clases de “religión”. Percibes que al otro lado de la acera un chimpancé vestido de negro y con casco de hormiga atómica sostiene entre sus manos una píldora contra la libertad, también del mismo color del espacio infinito y cósmico que alberga en su cerebro, y evitas su mirada directa; este sí que tiene ojos de rana. Nada más llegar al otro lado de la acera resbalas al pisar una blanquecina masa gelatinosa que inunda toda la acera -¿baba de caracol?, piensas- pero te das cuenta de que es un humor que segrega la cabeza del tipo con traje y corbata que camina delante tuya y que, al caerte, se ha girado no para comprobar si te has hecho daño, sino para constatar que no te has quejado; la vendedora de castañas, la de mazorcas de maíz, la de horchata y la de zumo de naranjas también parece que observen impacientes tu quejido –todas ellas tienen ojos, ahora sí, de vacas- pero te resistes a que de tu boca salga ni un solo sonido; eso sí, no puedes evitar pensar que de aquella mezcla de productos sólo puede derivar en una bomba de relojería para un estómago. No es el tuyo, por suerte, pero empiezas a comprender el porqué de aquella extraña combinación de productos fuera de temporada –es abril-. Lo que ya no puedes resistir es su mirada, sabes que no es Donald Sutherland, pero te recuerda tanto a él en la versión que rodó de los ultracuerpos que no puedes evitar pensar que todos los que te rodean sean seres de otro planeta... aunque en realidad sepas que sólo son ultraliberales, o ultraconservadores. Así que, sin dejar de mirarla a los ojos, te concentras en el lunar postizo que preside su entrecejo y superas la prueba. El sueño te persigue, es una de las peores horas, la del amanecer, la otra es la del anochecer, pero llevas años de entrenamiento para vencerle sin somníferos ni brebajes milagrosos... el secreto está en escribir, en no parar de escribir, hasta que toda la historia sea escrita, y sólo tú sabes que no tiene fin.


[1] El callejón del olvido. Amor sucio (1991- Triquinoise)

PESADILLA EN COLON STREET (IV PARTE). Por Basilio Bulgaróctono.

 
- Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.
- ¡Señor, suelte al soldado Ryan, señor!. ¡No me obligue a disparar, señor!.
- ¿Teniente... teniente? Quiero hablar con el teniente John Rambo... Dígale que la situación es desesperada, tenemos a un loco que tiene inmovilizado al soldado James Francis Ryan... ¡Sí señora, lo que usted diga, señora: que esperemos al teniente!... ¡No, señora, la revuelta no está controlada y los estudiantes se han hecho fuertes en el recinto del Lewis Vaives!... ¡Yo diría que ese monstruo está al servicio de los manifestantes!... ¡Pero dígale al teniente que como no se dé prisa no va a hacer falta que mueva su gordo culo de oficial!...
- Hijo, usted no se preocupe por mi culo, sólo de apuntar con su arma al maldito bastardo que amenaza a su compañero... el resto déjelo de mi cuenta.
- ¡Señor, sí, señor!. ¡Lo que usted ordene, señor!. ¡Lamento haberme referido a sus nalgas, señor!
- ¡Soldado, usted es un marine de los gloriosos estados unidos de América (del norte), no utilice palabras de mariquitas!. ¡Déjeme su megáfono!. ¡¡¡A VER, PAYASO DE PELO BLANCO, ¿POR QUÉ NO DEJAS AL MUCHACHO Y TE ENFRENTAS CON ALGUIEN DE TU MISMO TAMAÑO?!!!
...
- ¡Dios mío, ha sido un infierno, no siento las piernas![1]. ¡No es humano, no es humano!
- ¡Teniente, Teniente... No se muera, usted es imprescindible!
- (Cof, cof) No hijo... (cof, cof) soy prescindible (cof, cof)... dígale a mi esposa... (cof, cof) y a mis hijos... (cof, cof) que los quiero... y que luché hasta el final (cof, cof) por la bandera de las 13 barras y las 50 estrellas...
- ¿Teniente, Teniente?... ¡Dios, siempre te llevas a los mejores!... ¿Por qué no me llevas a mí?
- Eso tiene fácil solución chico: Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.



[1] La frase “no siento las piernas” nunca se ha dicho en “Acorralado”. Lo que se dice en realidad es “No le encuentro las piernas” referido a un compañero al que una bomba lo destroza de cintura para abajo.