lunes, 12 de septiembre de 2011

UN DÍA NORMAL

Ricardo salió tranquilo del edificio, como todos los días. Compró el periódico en su kiosco habitual y caminó despacio hacia la oficina. Le sobraba tiempo y podría tomar un café en el bar de la esquina siguiente. Allí los camareros le conocían de toda la vida y sabían cómo le gustaba el café, corto y con poca leche. Cuando se sentó en la barra abrió el periódico, nada fuera de lo normal, la bolsa cae en picado, la economía mundial está en periodo de desaceleración, las cifras del paro aumentan y juicio a un parricida en Valladolid. Lo de siempre, vamos. Cerró el periódico bruscamente y pagó su café a Martín, se despidió y continuó de nuevo el camino.

El día era espléndido, sol y buena temperatura ¡lástima que tuviera que trabajar! Si fuera festivo daría un paseo por el puerto, siempre le habían gustado los barcos.
Cuando entró en la oficina saludó y se sentó directamente en su mesa. El trabajo era monótono pero no pagaban mal para los tiempos que corrían, además le trataban bien y tenía toda la confianza de su jefe, Miguel de la Peña, un reputado abogado penalista al que no le faltaba el trabajo. Ricardo estaba encargado del archivo. A veces escuchaba a sus compañeros comentar algún caso y se le ponía la piel de gallina ¡caramba, la gente perdía el juicio con facilidad!
Se escuchó el timbre de la puerta, llamaban con insistencia y Pilar, la secretaria, salió para abrir la puerta haciendo sonar sus tacones en el parqué. Escuchó cómo hablaba con varios hombres y sin saber por qué se estremeció. Los pasos de varias personas, la secretaria también, se acercaban a su lugar de trabajo, se volvió hacia la puerta y vio a dos oficiales de policía precedidos por Pilar, quien le miraba sin comprender nada. Ricardo apretó las manos que le comenzaban a sudar, sacó la derecha y al abrirla contempló con estupor la cruz de plata que él le había regalado a su mujer en su último cumpleaños ¡Dios, estaba manchada de sangre! Pero…qué….
Despertó en uno de los calabozos de comisaría, parecía adormecido, como si le hubieran sedado, sus brazos estaban amoratados y sus manos estaban unidas por la esposas. Le sangraba la nariz  y le dolía todo el cuerpo. A lo lejos escuchó una voz -¡Eh! ¿Y tú por qué estás aquí?- Se hizo un largo silencio y su garganta rugió: ¡Degollé a mi mujer, la muy hija de puta…..



JUGANDO CON EL DESTINO

De vuelta en la ciudad, Leocadia trazó un plan que le daría un giro a su destino. Sabía de la imposibilidad de tener una conversación cara a cara con los jerifaltes que con solo mover un dedo cambiarían su posición en el gran tablero de ajedrez de profesores de la Comunidad. No tuvo más remedio que recurrir de nuevo a su ingenio. El lunes a primera hora se puso a hacer guardia en la puerta de la Secretaría Provincial de Educación. Estuvo anotando en un cuaderno las entradas y salidas de los más altos responsables. Eligió intuitivamente un blanco: un hombre joven con el cargo recién estrenado;  se dedicó a seguir sus pasos y a indagar detalles sobre su vida. Pronto lo tuvo en sus manos. Le envió una carta que contenía unas fotos comprometedoras con una joven de pelo largo y lacio del color del azabache y unos increíbles ojazos azules. Iban acompañadas de una nota escueta:
A tu encantadora esposa le gustaría  ver estas preciosas fotos (te felicito, tienes un gusto exquisito para elegir a tus secretarias). Si quieres evitarlo, llama al 696 43 83 13.
En 48 horas, Leocadia entraba por la puerta de un flamante Instituto a escasos 15 minutos de su casa.  

jueves, 8 de septiembre de 2011

EL ROBO DE LA AMBULANCIA

Julia se encontraba sentada en la comisaría contándole al inspector todo lo que le había dicho Adán, antes de entregarse a la policía.
>>Esta mañana salió de casa dando un portazo y maldiciendo su mala suerte, corrí tras él, pero fue inútil. Había pedido trabajo en comercios, obras y empresas de todo tipo, recibiendo la decepción de que nadie lo llamara, después de intentar la venta ambulante, que al final lo dejó por ser perseguido por gamberros y los propios comerciantes de la zona, dijo que solo le quedaba pedir y lo iba a probar antes de pasar a mayores, aunque sabía que iba a pasar mucha vergüenza, decía que debía de ser la única persona en el mundo que no tenía una estrella que le iluminara.
Estando sentado en la puerta del centro comercial con la cabeza gacha, veía como alguna persona le echaba algún euro, de repente siente un ruido extraño y cuando levanta la cabeza un enorme gato negro se abalanza hacia él arañándolo.- El inspector tiene que aguantar las ganas de reír, “imaginándose la situación”.- Le costó quitarse al gato unos cuantos arañazos, al día siguiente vuelve a probar fortuna haber si tiene más suerte, se queda dormido pues la noche la había pasado muy mal, cuando siente hacia el costado derecho una humedad que le despierta sobresaltado, no sabía donde se encontraba hasta que fue consciente de donde estaba, bueno... el caso es que un perro lo debió de confundir con un árbol.-El inspector echa una gran carcajada.-Julia lo mira de mal humor, pero no dice nada porque cuando se lo contó Adán a ella hizo lo propio.- Cansado de su situación se levanta tirando las cuatro monedas que le había dejado la gente y de muy mal humor se dijo a si mismo que pasaría a mayores.
            Entonces decide robar el banco que se encuentra al lado del hospital. Lo cierto es que debió de ver muchas películas, porque se pone una media en la cabeza cuando entra al banco y con un palo en la mano dentro del bolsillo haciendo de pistola, entra todo nervioso, va hacia la caja y le dice a la chica que se encontraba detrás de ella. ESTO ES UN ATRACO. Según me decía le temblaba hasta la punta de los pelos, ¡¡¡ hay pobre Adán !!! unos chiquillos tiran unos petardos.- que susto me lleve me dijo Adán,- pensaba que era la policía que lo tenía acorralado, según me dijo le paso por la cabeza la película de Clint Eastwood . Quitándose la media, hecha a correr hacia la calle mirando en todas las direcciones ve una ambulancia con la puerta del conductor abierta, se dirige hacia ella y entra sin mirar ni pensar más.
            El inspector se disculpa preguntándole si quería un café,- ya se imaginaba Julia que no podía más, pues su cara se lo estaba diciendo, aunque se metió en un despacho y cerro la puerta se oía las risas del inspector en toda la comisaría, todos quedaban mirando en la misma dirección. Vuelve con dos tazas de café en la mano y los ojos enaguados de tanto reír, se sienta y le incita a Julia que siga contando lo que paso.
            Después de arrancar la ambulancia y dirigirse hacia la carretera a toda prisa, es cuando se da cuenta que lleva con él cuatro ancianos.- Tú no eres conductor de ambulancias, ¿verdad?,- le dice un anciano. Adán los mira sorprendido preguntándoles que hacían allí, Los ancianos le cuentan que todos los días va la ambulancia a recogerlos a sus casas para llevarlos al hospital hacer su tratamiento diario de rehabilitación y una vez acabados los llevan de vuelta a sus casas.
MIERDA, MIERDA Y MIERDA, ¿nos es tener mala suerte? Cuando yo digo que no tengo una estrella que me alumbre, ¿ y que podía hacer yo? Los lleve a su casa, lo cierto es que se lo pasaron bien, me pidieron que fuésemos a tomar un café, me contaron sus historias, es increíble las ganas de hablar que tenían, me dice Adán. Y esa es toda la historia.
Ven entrar por la puerta al gerente de la compañía de ambulancias con los ancianos y los familiares de éstos.- No vamos a presentar cargos, le dicen al inspector.
Transcurridos una hora un policía baja a los calabozos de la comisaría y le dice a Adán.- Tienes suerte amigo, parece que una estrella alumbra por ti, anda vamos.            

martes, 6 de septiembre de 2011

EL ULTIMÁTUM

 
Leocadia recibió un ultimátum: o se presentaba el día 1 de septiembre en el Instituto de la Sierra o la echaban del cuerpo. Es lo que le faltaba, quedarse sin cuerpo, con lo que le había costado meterse dentro. Años y años de búsqueda de sí misma. De perderse y de volver a empezar. De caminos que se bifurcaban ante ella sin señal alguna. Hasta que lo consiguió: un cuerpo ya algo ajado de funcionaria del Estado con los nervios destrozados por el esfuerzo. No le quedaba más remedio que ceder. En el mes de encierro que soportó frente al mar se decía: tengo que ir, tengo que ir…, pero cómo, cómo podía salir de casa y llegar a un lugar aislado del mundo sin coche ni tren ni autobús alguno. El día 1 a las ocho de la mañana tenía todo el equipaje preparado: las conchas marinas que recogió un día en que consiguió salir del apartamento a las 6 de la mañana, el ordenador portátil, un par de mudas y el último libro que tenía entre manos: Tokio blues de Haruki Murakami, que pensaba leer tres veces seguidas porque la tenía trastocada. Al final se acordó de que el novio de su vecina tenía una ambulancia y no dudó en utilizar todas sus armas de mujer para arrebatárselo. En cuanto oyó el ni-no,ni-no de las doce de la mañana que anunciaba su llegada para irse juntos a la playa, se adelantó y fingiendo un desmayo se coló en la ambulancia; una vez dentro le dijo: o me llevas a la Sierra o le cuento a la Pepi el lío que te traes con la del 4º. Jacobo, asustado, llamó por el móvil a su novia y le dijo que había surgido una urgencia y que volvería por la tarde.