sábado, 30 de julio de 2011

Un atardecer en Éfeso...


Un atardecer en Éfeso, hace de esto mucho tiempo,  paseaba meditabundo Heráclito, “el oscuro”, bordeando el agua de una playa. Las olas acariciaban su pies descalzos en su ir y venir constante, salpicando su blanca túnica y refrescando su piel cansada.
El mundo es una gran contradicción –pensaba para sus adentros-, el mar, sin ir más lejos, es el agua más pura y más corrupta; es potable y saludable para los peces; para los hombres, en cambio, es impura y nociva. Y así, creo, encontraré la misma sinrazón en todo aquello que mi espíritu indague.
Cansado de sus pensamientos y en guerra consigo mismo y con el mundo todo, fue a derramar su furia entre los brazos de la bella Criseida que lo recibió ardiente, porque aquel hombre extraño conseguía excitarla y enfurecerla al mismo tiempo como nunca ningún otro…

LA VIDA "B" DE D. R. DEL PINO

A D. R. del Pino no le gustaba su vida. Él no gustaba a quienes le rodeaban. Su existencia era axfisiantemente monótona: todos los días se dirigía puntual a su trabajo en el banco, llegaba siempre muy serio y estirado dentro de su anticuado traje gris, sus compañeros apenas si intercambiaban con él algún que otro comentario trivial, sobre el tiempo, el volumen de trabajo y poco más, si alguna vez se animaba a compartir la cervecita de los viernes se sentía fuera de lugar, sus palabras eran insustanciales e inoportunas, su presencia postiza y pesada.
En casa su vida cambiaba bien poco, D. R. del Pino vivía con su madre, sujeto a rigidos horarios para todo. Ambos eran de pocas palabras, sus silencios eran tan espesos que cualquier sonido temía sumergirse en ellos.
Pero D. R. del Pino, tenía una pasión secreta: era fan de la música de los 60, y en internet encontró un modo de vivir y compartir su pasión sin que su gesto -entre el enfado y el asco- y su tono de voz -apenas audible-, lo estropearan.
Su blog fue creciendo y creciendo gracias a sus inestimables aportaciones y audaces comentarios sobre el tema, tenía ya un nutrido grupo de seguidores, en su perfil D. R. del Pino aparecía con un aspecto juvenil y desenfadado en una de las pocas fotografías que tenía sonriendo, el photoshop hizo el resto.
Su vida B era perfecta; allí era alguien, tenía seguidores que admiraban sus conocimientos y aplaudían su ingenio, su popularidad fue creciendo, quisieron conocerle. D. R del Pino, horrorizado, no volvió a conectarse y su carácter se agrió aún más, fue cosechando antipatías y rechazos nuevos en su día a día.
Pronto encontró una salida, también era amante y conocedor del cine de los 60; nueva identidad, nuevo blog, nuevo y seductor perfil. D. R. del Pino, se construyó otra gratificante vida B que le salvó de su existencia anodina y gris.

jueves, 28 de julio de 2011

MOMENTOS
El viento de la tormenta ha golpeado con fuerza la hoja de la ventana y la  ha sobresaltado devolviéndola a la realidad; arruga su frente, -contrariada-. El aire se ha enfriado y eriza el vello de sus brazos.
Cierra la ventana y se zambulle de nuevo en las páginas de su libro. No se ha percatado de mi presencia, al menos no más de lo que ha advertido la de la abuela dormitando en su mecedora o a Marina trajinando en la cocina. Claro, son tantos años ya, tantas conversaciones,  tantas risas y lágrimas compartidas… Seguro que su libro le esta ofreciendo alguna pasión nueva a través de otras vidas, pero yo ¿qué puedo darle que no le haya dado ya?
La miro embobado, el mechón que cae  -como siempre que se inclina hacia adelante- sobre su frente morena, sigue pareciéndome rabiosamente femenino y un tanto sexy aunque haya mudado su negrura azabache por un tono grisáceo, casi blanco.
Alza la cabeza y aparta el pelo en un gesto mil veces repetido y mil veces nuevo para mí. Mi retina atrapa la magia de este instante, que como tantos, ella convierte en especial.

miércoles, 27 de julio de 2011

Tarde de estío IX


Touché. Se lanzaba sin red. Pirueta en el aire y salto sin retorno.
Mientras me hablaba se iba acercando lentamente.Ya estaba a mi altura. Olía a limpio y su piel era suave. Me conocía. Me conocía desde siempre.
Ya no tenía nada que decir. Cualquier cosa hubiera sido ruido.
Nos mirábamos fijamente,  intentando  casi, resolver un enigma.
Sólo pude extender mi mano y rozar su mejilla. Acaricié el contorno de sus labios con la punta de mis dedos y le besé.
Inesperada y dulce tarde de verano.