lunes, 3 de diciembre de 2012

EL RETRATO

El retrato ha quedado perfecto. Un toquecito de óleo por aquí, un poco de sombra por allá… ¡Ahora sí!
La chica debe estar cansada. Es normal, tantas horas así, en esa postura ya lo creo. Suspira, se sienta en la cama, sonríe. Ese suspiro, esa sonrisa tienen mucho de sensual y son como una dulce trampa mortal.
 Ella ha despertado algo en mí. Algo especial: me excita su piel  que es muy fina y la luz, al bañarla, produce en ella un hermoso tono, la forma en que habla con su mirada o me seduce con sus movimientos engalanados por la dulce lencería que viste. Sí, ha despertado un fuego en mi interior que por más que trato de acallarlo no hace sino arder con mayor intensidad.
Desde la cama me observa. Hay en su mirada algo de atrevimiento, algo incitante, yo me ruborizo y trato de ocultarme tras el lienzo para dedicarle una mirada furtiva.
Estos días hemos intimado mucho, demasiado. En las sesiones, en las pausas cada vez hemos ido acercando la frontera que nos separaba para tratar de profundizar más en nuestros sentimientos. A veces pienso que es algo que no debo permitirme con mis modelos, pero con ella no puedo cumplirlo, me niego.
Poco a poco va despojándose de su lencería, mientras se tumba en la cama al igual que una flor cuando se va despidiendo de sus hojas, con suavidad, con descaro. Mi Geiser interior va a estallar.
Será mejor que no dé más toques al cuadro, no puedo, el pulso me tiembla.
Con un gesto, me invita a pasear sobre su cuerpo de dunas.

DOMINGO POR LA MAÑANA

Una paloma permanece apoyada en el retrovisor de una reluciente Vespa. Mientras, a veinte metros, en la terraza del bar regentado por unos chinos, dos adictos a la nicotina enfundados en trenkas siberianas toman café y charlan del catastrófico partido de ayer. En la acera opuesta, el farmacéutico de guardia observa a través de los cristales a varias adolescentes que, ajenas a este frío de diciembre, lucen unos mini-shorts explosivos; vuelven sin duda de una fiesta recién acabada, en la que no se ha escatimado el alcohol y quién sabe si otro tipo de productos. Más allá el párroco del barrio abre las puertas de la iglesia, en cuya esquina alguien ha relajado sus tripas recientemente. Otro hombre entrado en años adecenta minuciosamente su utilitario, enfangado tras las últimas lluvias. El kioskero atiende al inquieto coleccionista de bobadas, que por nada del mundo se perdería la sacrosanta entrega semanal. Un vecino pasea con aire resignado a su insulsa mascota, con la que sostiene un monólogo completamente absurdo. La madrugadora espía en el quinto piso de la finca de enfrente ya hace rato que descorrió los visillos y por misteriosas razones escudriña a conciencia y sin descanso el paisaje y sus figuras. Atestado de reyes latinos, pasa un veloz coche negro con las ventanillas bajadas expeliendo quién sabe si una música infernal a un volumen insoportable o una música insoportable a un volumen infernal.
Yo sigo aquí sentado, pegado a la pared de tu portal, aguardando que bajes para darte una sorpresa. Tal vez he llegado demasiado pronto, pero no me importa esperar; hoy te he traído flores.

Rafa S.

IMAGINANDO


 

                       


No sé por qué… todos me miran de forma extraña cuando entro en el ascensor con mi cocodrilo. Es normal que les pida espacio para él... un día lo van a pisar. Esta mañana, sin ir más lejos: toda la gente se apelotonaba sin dejar sitio para que pudiera mover su larga cola. Yo le pregunté a mamá el porqué y me contestó que el cocodrilo no es la clásica mascota que tendría todo el mundo, pero que era la mía y que debía ignorar la opinión de los demás.

En la calle, soy el objetivo. Me observan pasear con mi brazo extendido sujetando por la correa a mi joven amigo. Tiene fuerza y tira de mí, pero le hablo con suavidad y termina por detener su paso y caminar a mi lado levantando su dulce mirada. Mientras caminamos le cuento mis secretos. 

Por suerte, en casa es bien aceptado. Mis padres me comprendieron sin titubeos cuando les hablé de su presencia. Lo notaron cuando vieron que repetía siempre el segundo plato, pero acabaron cediendo. Es pulcro y aseado, silencioso y disciplinado. No molesta a nadie, hasta les gusta a mis vecinos, que son muy estirados y tienen un tigre de Bengala albino.  Ambas mascotas se llevan bien cuando se encuentran en el rellano y así, yo puedo hablar con mi amiga Carlota, su hija, que va a mi colegio y siempre me cuenta que su compañera de pupitre, Sandra, tiene un orangután de pelo rojizo que es una preciosidad…*




* No sé si ha quedado claro al redactarlo... No se habla de mascotas sino de amigos imaginarios. Está basada en la historia que me contó una amiga de mi infancia. Ella tenía un amigo imaginario que era un cocodrilo, por eso, al ver la foto, no me pude resistir...


 

Una especie difícil de entender.


Os voy a presentar a mi mascota, es un dragón de Komodo. Me lo trajo mi padre de Indonesia cuando era un bebé y yo también era una bebé, así que hemos crecido juntos. Me contó que por allí le llaman también “monstruo” y “varano” y que es un saurópsido, se hace enorme en la edad adulta, hasta tres metros. Pueden ser peligrosos y dicen que tienen unas glándulas con veneno pero a mí nunca me ha mordido, es mi mejor amigo y nunca le falta comida así que no se enfurece sino que da las gracias por estar tan bien alimentado. Yo le llamo Drac. Es precioso con su piel iridiscente y cambiante. Duerme en una casita que le hemos construido entre los árboles y yo, a veces, me echo una siestecita con él y tan a gusto. Me ha dicho mi padre que cuando sea mayor pondrá huevos y tendremos crías. Yo les dije a los niños de la casa de al lado si querían una pero no sé por qué ya no vienen nunca por aquí. Deben de estar enfadados, seguramente tienen envidia de mi Drac. No hay quién entienda a los humanos.