
La chica debe estar cansada. Es normal, tantas horas así, en esa postura ya lo creo. Suspira, se sienta en la cama, sonríe. Ese suspiro, esa sonrisa tienen mucho de sensual y son como una dulce trampa mortal.
Ella ha despertado algo en mí. Algo especial: me excita su piel que es muy fina y la luz, al bañarla, produce en ella un hermoso tono, la forma en que habla con su mirada o me seduce con sus movimientos engalanados por la dulce lencería que viste. Sí, ha despertado un fuego en mi interior que por más que trato de acallarlo no hace sino arder con mayor intensidad.
Desde la cama me observa. Hay en su mirada algo de atrevimiento, algo incitante, yo me ruborizo y trato de ocultarme tras el lienzo para dedicarle una mirada furtiva.
Estos días hemos intimado mucho, demasiado. En las sesiones, en las pausas cada vez hemos ido acercando la frontera que nos separaba para tratar de profundizar más en nuestros sentimientos. A veces pienso que es algo que no debo permitirme con mis modelos, pero con ella no puedo cumplirlo, me niego.
Poco a poco va despojándose de su lencería, mientras se tumba en la cama al igual que una flor cuando se va despidiendo de sus hojas, con suavidad, con descaro. Mi Geiser interior va a estallar.
Será mejor que no dé más toques al cuadro, no puedo, el pulso me tiembla.
Con un gesto, me invita a pasear sobre su cuerpo de dunas.