miércoles, 3 de octubre de 2012

Engaño visual II


En el número 187 de Grove Street, en el primer piso, había siempre un hombre en la ventana leyendo el mismo libro y la misma página. Se trataba de La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne. Lo supe porque pude verlo a través del poderoso objetivo de mi cámara. Fui varias veces en una semana y no hubo variación, fotografié la escena  desde todos los puntos de vista posibles. Me parecía un fenómeno extraño, tan extraño que un día me decidí a llamar a su puerta presa de una gran curiosidad. Me abrió un joven muy apuesto en calzoncillos que no se parecía en nada al hombre de la ventana y yo, sorprendida, me puse a tartamudear. Se excusó por el atuendo y me hizo pasar al salón rogándome que me sentara mientras se ponía algo más presentable para la ocasión. Volvió con una botella de Jack Daniel's y dos vasos con hielo y lo fuimos rompiendo entre tragos cortos y una agradable conversación. No me atreví a preguntarle por el hombre de la ventana. Me despedí al anochecer y cuando volví al día siguiente no encontré rastro del lector y lo mismo los días sucesivos. Quienquiera que fuera el misterioso personaje había decidido irse a leer a otro lugar.  

martes, 2 de octubre de 2012

EL HOMBRE DE LA VENTANA


                                     


- ¿Sabes quién es el hombre de la ventana?
- Me parece que es el doctor Burdock. Creo que está ayudando en la investigación de los crímenes de los dos hermanos. ¡Pobres niños!
- ¿Crímenes? Pensaba que habían caído por la ventana mientras jugaban.
- Eso es lo que se dijo al principio de la investigación, pero parece que no fue así.
- Entonces… ¿Qué les sucedió?
- Los niños habían enfermado, el doctor Burdock les estaba tratando de curar una extraña anemia que les estaba dejando sin fuerzas. No podían jugar, por eso el doctor no creyó la primera versión sobre los hechos.
- Siempre se dijo que esa casa era dañina para quienes la habitaban. Recuerda que estuvo mucho tiempo vacía. Las leyendas sobre la extrañas muertes de sus inquilinos siempre corrieron por este barrio …

- Henry… ¿Crees que el doctor Burdock podrá averiguar lo que nos sucedió?
- No lo sé, a simple vista todo parece indicar que fuimos nosotros los que nos lanzamos por la ventana. ¿Quién va a interpretar que “algo” nos empujó a hacerlo? No hay señales de otro tipo de violencia en nuestros cuerpos.
- Entonces nunca descansaremos. Seguiremos en esta casa entre los demás espíritus atormentados.
- Sí, la próxima muerte puede que la provoquemos nosotros mismos, en nuestro deseo de llamar la atención para que, alguien, al fin, nos pueda sacar de aquí.
- El doctor no es como los demás. Él lo conseguirá. Voy a ayudarle. ¿Qué te parece si le susurro al oído lo que nos sucedió?
- ¡No, Rose, no lo hagas! Siempre terminan asustándose y ya no vuelven. Nosotros lo haremos de otra manera. Hay que dejar muchas pistas a su alcance, para que él mismo termine averiguando lo que pasó. Acuérdate de no mover los objetos en su presencia, les causa auténtico pánico …

lunes, 1 de octubre de 2012

Un pasaje de la Biblia


Valencia escribe sobre
Todos los días hago el mismo recorrido, voy dando un rodeo por la arboleda que conduce a St. Jhones Road, me dirijo a la fábrica en la que trabajo desde hace un año. Todos los días a la misma hora, de lunes a viernes.
Enviudé hace tres años, un absurdo accidente mermó mi familia para siempre, mis hijos y yo, quedamos huérfanos de amparo, ellos, también de padre.
Don Agustín, me consiguió un empleo por horas en las oficinas de la empresa de su hermano, gracias a ese dinero podemos ir tirando, sin holguras, sin recurrir a la familia.
Agustín, así es como le gusta que le llame en la intimidad, imparte clases de religión en el colegio Católico de Grove Street, en el que mis hijos están becados. Todas las tardes a la misma hora, de lunes a viernes, se recoloca  junto a la ventana, como si de un escenario se tratara y lee, recita calmo un pasaje de la Biblia a sus alumnos, siempre de perfil y con la mirada dividida, esa posición de mayorazgo le proporciona un perspectiva espléndida de la calle, al tiempo que le permite ocultar sus afanosos pensamientos y ese alzacuellos siempre detractor.

Engaño visual


No puedo estar tranquilo ni en mi propia casa, tampoco hacer lo que me apetezca. ¡Es intolerable! Desde que esa fotógrafa, Joan Wakelin, se pasea por la calle como si fuera suya tomando instantáneas de sus viviendas y habitantes, no puedo vivir plácidamente. Nunca sabes cuándo aparecerá. ¡Qué se habrá creído esa célebre hija del maligno! Ni tomarme una ducha o pasearme como dios me trajo al mundo, si es mi apetencia. Pero ya he encontrado la solución: el cuadro de mi antepasado se acopla como un guante al marco de mi ventana y desde la calle no se apreciará el engaño. Él y su querido libro me ayudarán a permanecer en el anonimato.