miércoles, 2 de mayo de 2012

Un amor de sueño



Y todo un mundo de distancia nos separa y se queda allá abajo, junto a las luces. Lo que antes desconocía es ahora un motivo de preocupación para mí. Te imagino como una elegante dama y una música talentosa de la dinastía Tang, que ha nacido por error, fuera de su momento. En esta época en que nos ha tocado vivir, nadie repara en aspectos tales como: la suavidad de la piel, el brillo oscuro de los cabellos, una voz mágica o que sepas arrancar a la flauta un delicado lamento. Me cautivaste cuando te escuché y, a pesar de no hablar ni una palabra de mandarín, confío en que lo apreciaras. Te llevo grabada en mi retina, en mi piel y en mi oído interno, de donde nunca nadie te podrá expulsar porque soy tu emperador. 
-Disculpe -dijo una voz aterciopelada procedente del asiento contiguo, sacándome de mi ensoñación-, se le han caído los auriculares.

PAISAJE A PUNTO DE NIEVE




Los tres tenores de los fogones llevaban toda la mañana batiendo claras a punto de nieve, a mano, llevados por un frenesí, por un celo profesional, que sólo los genios o las minorías pueden entender. Uno de ellos propuso sustituir los huevos de gallina por los de avestruz, a lo que los otros dos se negaron en redondo, es decir, en 360º, lo que les llevó al principio de la discusión. Las claras a punto de nieve empezaban a subir como montañas de manera temeraria. Alguien precisó que, más que una subida, se trataba de una auto escalada.
Era la primera vez que las gentes del lugar veían nevar en pleno mes de Julio de esa manera tan dulce, pero nadie se opuso ni dijo nada en contra, ni mucho menos los abuelos que, entre disimulos, se dedicaban a realizar catas infinitas digitales –con el dedo, para entendernos-.
Entre tanto, 2500 gallinas se manifestaban a golpe de pancarta a las puertas del campo –como si pudiera ponérsele puertas al campo- reivindicando su derecho a ser madres y no unas simples productoras de abortos. Las protestas se tradujeron al esperanto en un canto coral, justo y necesario, pero contraproducente con el silencio requerido -¿dónde se ha visto nunca que un paisaje nevado parezca un gallinero?-, además, el espesor del merengue seguía aumentando y el paisaje ya estaba a punto –a punto de nieve, cómo no-. La congestión de los chef les confería a sus rostros un peligroso aspecto rojo, parecía como si alguna vena del cuello fuera a desprenderse como un látigo y le saltara a alguien un ojo; y la tercera edad aumentaba sus índices de azúcar en sangre para desesperación de sus médicos de cabecera -demasiado mayores para aprender “de familia”-.
-Acción-, se oyó desde el fondo y el carruaje de caballos negros al galope sin cochero cruzó a toda velocidad levantando nubes de nieve dulce.
-¡Corten, a positivar!- Alex y Alejandro se miraron, esbozaron algo parecido a una sonrisa y se besaron –el lector imaginará dónde-. Decidieron que la próxima se rodaría en febrero, pero con efectos especiales digitales, no manuales.

Epílogo: los tres tenores no volvieron a batir MÁS un huevo en su vida. Las 2500 gallinas siguieron manifestándose en contra del aborto de sus huevos, pero en otro escenario. Los caballos negros AÚN siguen cabalgando con el carruaje a cuestas porque no había cochero que los parara.

Epílogo final: El valle quedó impregnando de por vida de un profundo aroma merengue, sobretodo en verano. Pero lo más importante es que el huevo, al secarse, le confirió tal rigidez y estabilidad a los colores de la estampa que la convirtió en un fresco invernal, lo que no dejaba de ser paradójico, si no redundante... porque en invierno siempre suele hacer fresco.

P.D.: Nadie del equipo de rodaje quiso hablar del diámetro de las burbujas del merengue.

Instinto




A pesar de ser el mediodía, la luz era tan escasa y el silencio que todo lo cubría tan opaco, que las montañas y la nieve parecían inventadas.

Llegó exhausta al ibón. Ni siquiera la vista de aquellas aguas frías en calma alivió su inquietud. Su cuerpo inmenso se balanceaba con dificultad. Se detuvo a la orilla del lago y giró la cabeza hacia ambos lados, como si valorase qué era mejor: si cruzar a nado o bordearlo. Un dolor repentino y agudo en el bajo vientre la obligó a interrumpir su marcha y su instinto, a continuar en cuanto se mitigó. Eligió el camino más largo pero también el más seguro. Las huellas que dejaba en la nieve, profundas y bien marcadas, eran su única compañía. Otra punzada que provenía de lo más recóndito de su ser se repitió con más fuerza, la atenazó y la forzó a detenerse de nuevo. Resolló entonces intranquila, sin perder de vista su objetivo al otro lado de aquel círculo sin fin y cuando el sufrimiento remitió, continuó con cautela.

Se movía con la misma mansedumbre con la que los copos de nieve quedan suspendidos antes de caer, pero con férrea determinación. Las paradas eran cada vez más frecuentes y su agitación crecía.

Llevaba recorrido buena parte del camino cuando oyó, por vez primera, los gritos y los aullidos. Se apresuró. Sabía que si alcanzaba su destino estaría a salvo, pero si moría, la vida que peleaba por emerger de sus entrañas, moriría con ella y sellaría el final de su estirpe. Los sentía muy cerca. Por fin, atisbó la gruta. Sin apenas aliento, subió los últimos metros por rocas escarpadas. Nada más cruzar el umbral de la cueva, se colocó bajo el teletransportador, y se desplomó encogida de dolor. Lo había logrado.  

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero su lucha por perpetuar la estirpe de la tribu de los osos viene a su memoria, cada vez que aparece un ibón en la gran pantalla.

martes, 1 de mayo de 2012

PERDIDOS





        


En la pequeña estación de esquí, la mañana había transcurrido sin ninguna incidencia. Niños y adultos disfrutaban de un día soleado dibujando eses sobre el manto blanco y brillante. Pablo y su padre, atraídos por los saltos  de una simpática liebre, se salieron de la pista.
-Nos estamos desviando demasiado. Nos vamos a perder.
-Papá, por favor. Es la primera vez que veo un conejo vivo.
-Liebre, hijo, liebre.
Se liberaron de los esquís y, a pesar de la incomodidad de las botas, anduvieron unos metros más. La liebre había desaparecido, pero su rastro les llevó a  un lugar insólito. Un lago de aguas transparentes enmarcado por nevadas montañas.
-No he oído hablar a nadie de este lago. En el mapa no está.
-Pues es muy bonito, ¡qué raro!
Se acercaron más a la orilla. El agua era pura y cristalina. El color azul que se reflejaba en ellas, pronto empezó a tornarse gris debido a las oscuras nubes que, con avidez, devoraban al sol.
La nieve y el frío intenso se instalaron en torno a ellos. Ambos desandaban el camino desesperados en busca de la ruta que les llevaba al refugio.


 
Marta está sentada en una terraza tomando café. El sol brilla intensamente y se quita la chaqueta. Preocupada, mira el reloj una y otra vez. “¿Dónde se habrán metido?” Marca con nerviosismo el mismo número en su teléfono sin obtener respuesta. “¿Por qué no contesta mi llamada?
Hace rato que el sol se ha puesto y Marta se ha protegido en el refugio. La guardia civil rastrea la zona con perros adiestrados.
Ella sabe que no volverá a verles.