lunes, 2 de abril de 2012

Días de vino y rosas (I Parte)


-Son las dos de la madrugada. Llevo todo el día trabajando. Regreso a casa y te encuentro levantada, sí, pero estás fría, serena y yo quiero divertirme contigo –balbuceó malhumorado. La lengua pastosa; los olores a tabaco y alcohol prendidos en su ropa, en su aliento.
-Pero, cariño, sabes que estoy dando de mamar a la niña. No puedo beber mientras te espero…
-Sí, sí, ya sé,… la niña, pero no eres la única mujer que está criando ¿sabes? Existe la leche en polvo que es tan buena como la tuya –añadió iracundo.
A Bill, su trabajo de relaciones públicas le obligaba a organizar fiestas y reuniones. Beber y fumar formaban parte del protocolo. Eran ineludibles.
Llegaba tarde a casa de aquellos eventos que él mismo preparaba, completamente borracho, y a la mañana siguiente muy temprano, se incorporaba al trabajo con una espantosa resaca. Un rictus agrio dibujado en la boca, la tristeza colgada de su mirada y el cansancio arrastrado en sus zapatos. Ese era Bill.
Kristen y Bill se amaban. Cuando se conocieron Kristen era abstemia, pero desde aquella noche en que Bill le recriminó, fuera de sí, que estuviera sobria mientras él apenas se sostenía en pie, y rellenara su primer vaso de whisky, el mundo se transfiguró bajo los efluvios del alcohol. Pasaba horas y horas en casa con una copa en la mano, esperando a que su marido regresara. Lo que empezó como un gesto cómplice, se convirtió en adicción.
Sí, ahora se divertían de lo lindo: los dos borrachos, la risa fácil, y el engaño encaramado a sus vidas.

CRISTIANO VIEJO

Desde aquí veo a "La Bestia Negra": el Castillo de San Jorge, sede del Santo Oficio Sevillano. Cada vez que lo contemplo, no puedo evitar que mi cuerpo se estremezca.
Dicen que muchos de los que engulle la Bestia jamás vuelven a salir de sus celdas secretas. Y cuando lo hacen es para el quemadero de brujas del Prado de San Sebastián, vistiendo Sambenitos...o como forzados para las Galeras del Rey Nuestro Señor...o para el exilio de por vida donde ya no vuelven a ser jamás la misma persona que antes de entrar allí, créanme.
Ya he tenido problemas con la Inquisición. ¡Voto a tal! Yo, que soy Cristiano Viejo; yo, que guardo los Sacramentos con pulcritud. No quiero ni recordarlo. Vinieron a mi taller tres familiares del Santo Oficio, portando sus espadas con vanidad, acorazados con sus petos negros y yelmos plateados. ¡Me acusaron de ser "marrano"! O, para que ustedes lo entiendan mejor: judaizante. ¡Vive Dios! Nunca pisé sinagoga alguna, ni sé de Talmudes ni hechizos ni qué Diablos vaya usted a saber...se lo juro, señores. ¡Por estas! Sé que alguien del barrio me quiere mal y su lengua es lengua de serpiente, créanme.
Para su conocimiento, soy alfarero del barrio de Triana, tercera collanía, orillas del Guadalquivir y bien es sabido que en este oficio hay mucha rivalidad.
¡Cómo dicen que no me han visto comer tocino! ¡Ni carne de cerdo, como los judaizantes! Estoy sin dos cuartos, el negocio va mal, no se vende lo necesario para ganar dos reales...dénme ustedes los cuartos y ya verán si compro un cerdo y me lo como enterito...¡Ay! Perdón, perdón si les ofendí, no he querido burlarme de ustedes, ¡líbreme Dios de pensar tal cosa! ¿No ven las imágenes de la Virgen del Carmen que hay en la pared? ¿No ven aquella de la Santísima Inmacualda? ¿Acaso son imágenes que tienen los judaizantes en sus casas?
Por esta vez se largan, no muy convencidos, por cierto. Volverán para enseñarme las entrañas del castillo...
Este servidor de ustedes tiene el hatillo preparado; pone pies en polvorosa y se larga para el Nuevo Mundo en la primera Galera que parta de la Torre del Oro.

domingo, 1 de abril de 2012

RAQUEL





             Raquel entró en la habitación como todos los días. El silencio que había en la casa era extraño. Se inclinó para coger en brazos a su pequeño y sólo encontró las sábanas revueltas y el osito de peluche envuelto en ellas. Se llevó la mano a la boca para atenuar el grito que finalmente quedó ahogado en su garganta. Se tambaleaba, pero, aún así, logró apoyar su agitado cuerpo en la pared decorada con motivos infantiles. Se fue dejando caer rota, sin fuerzas, hasta que llegó al suelo desmadejada. Arrastrándose sobre el parqué llegó hasta la habitación contigua, se desplazó con apuros hasta la mesilla de noche y tomó el auricular del teléfono. Sus manos temblaban. Logró marcar el número de la policía, al otro lado sonó una voz femenina que le preguntaba qué quería. De modo entrecortado, consiguió balbucear que quería a su hijo, que su niño de dos años ya no estaba en su cama y, llevándose los dedos a su mejilla, recorrió la cicatriz que atravesaba su rostro, húmedo por las lágrimas, mientras continuaba relatando a la mujer que su marido se había llevado a su pequeño y que nunca más lo iba a recuperar.

Mientras la voz sonaba sin parar, Raquel dejó caer el teléfono, su brazo era incapaz de sujetarlo por más tiempo. La angustia asediaba su mente y ya no podía pensar con claridad. Tomó el frasco de ansiolíticos, el vaso de agua que siempre dejaba en la mesilla y comenzó a tragarlos uno, dos, tres…

PARA BILLY WILDER




           Te fuiste un veintisiete de marzo de dos mil siete dejándonos huérfanos de cine. Llegaste a Hollywood huyendo del nazismo que extendía su mano negra por toda Europa, llevándose consigo a tu familia desparecida en el campo de concentración de Auschwitz. Tan sólo tenías once dólares en tu bolsillo pero trabajaste duro y conseguiste, como guionista primero, llegar al corazón del cine. A partir de ese momento, te convertiste en hijo suyo.

En tus películas, jamás sacrificabas la verdad frente al entretenimiento. Ahí estaba tu magia: manejar el diálogo, tus personajes y tu cámara frente al espectador haciendo que éste se quedara embobado frente a la gran pantalla.

Esculpías a tus actores hasta convertirlos en dioses. Gracias a ti, Jack Lemmon y Tony Curtis, nos hablaron de la homosexualidad en “Con faldas y a lo loco”. En “El apartamento”, sus personajes al final preferían el amor al dinero y  vimos a un inmenso Walter Matthau, como el contrapunto de Jack Lemmon. En “Primera plana”  hiciste la mejor crítica del momento a la prensa sensacionalista. La música también era parte fundamental en tus films, nadie olvidará jamás el “Senza Fine” de Gino Paoli de  “Que ocurrió entre mi padre y tu madre”. La relación amorosa y la amistad caminaron de la mano en “En bandeja de plata” y con  “Testigo de cargo” nos enseñaste que Agatha Crhistie era una gran escritora de novela negra.

Trabajabas tanto el cine negro como la comedia amorosa. Nos dejaste a “Irma la dulce” y a “Sabrina” y en “El crepúsculo de  los dioses”, según los entendidos tu obra maestra, mezclaste el crimen, el cine de terror y el drama psicológico con la comedia de humor. ¿Alguien da más?