miércoles, 9 de marzo de 2011
EL INFIERNO DE LOS OSADOS Lucrecia
Luz tenía un sueño escondido: ser escritora. Ver publicado un libro de hermosas tapas con su nombre y observarlo en el escaparate de una librería. La vida le fue pasando entre estudios, amores, trabajo, pañales y cacerolas. Un día se decidió, tenía unos ahorrillos y unas cuantas historias en el archivo de su ordenador. Ni corta ni perezosa se puso en contacto con una editorial por la red y se hizo con una edición de 75 libros. El paquete llegó como un regalo después de mails, galeradas, correcciones, elección de la portada, etc. Lo recibió llena de ilusión y pensó que sus amigos estarían encantados de poseer aquel librito por diez euros de nada que le harían reponerse del gasto extraordinario. Con honrosas excepciones, Luz solo recibió indiferencia y ausencia total del más mínimo aprecio. A los pocos intentos de divulgar su obra completa de 65 páginas, escondió todos los libros en una caja y la precintó. La guardo en el fondo de un armario. ¿Cuál sería el futuro de aquellos libros? –pensaba-. Seguramente, pasarían a su muerte a alguna librería de viejo con el resto de su copiosa biblioteca. Eso con suerte. Quizá en el mundo moderno su destino sería una incineradora donde arderían en las llamas del infierno de los osados que querían jugar a ser dioses.
lunes, 7 de marzo de 2011
AL VOLVER LA VISTA ATRÁS Eulalia
A menudo entro en la céntrica librería; cuando traspaso el umbral y se cierra la puerta me encuentro en una atmósfera de paz y silencio, quedándose afuera los claxones y voceríos de vendedores de los alrededores del mercado. Respiro hondo para deshacerme de los humos omnipresentes de coches y autobuses y me impregno del olor a papel y tinta. Mi vista recorre la infinidad de anaqueles repletos de libros con lomos multicolor; hoy me llama la atención el rótulo de Poesía Modernista. Ojeo a mi adorado Rubén Darío:
Como la Galatea gongorina
me encantó la marquesa varleniana,
y así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana...
Después a Delmira Agustini, a Luís Cernuda, Manuel Machado.
Me decido por Salvador Rueda en una edición de bolsillo, y ya en la calle, abrazada al tesoro que encierra tan gratos momentos por venir, pienso en cuánto tiempo le queda de vida a este espacio de sosiego entre la crisis y el eBook.
Como la Galatea gongorina
me encantó la marquesa varleniana,
y así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana...
Después a Delmira Agustini, a Luís Cernuda, Manuel Machado.
Me decido por Salvador Rueda en una edición de bolsillo, y ya en la calle, abrazada al tesoro que encierra tan gratos momentos por venir, pienso en cuánto tiempo le queda de vida a este espacio de sosiego entre la crisis y el eBook.
miércoles, 2 de marzo de 2011
Fernando M Lozano
CUENTO DE NAVIDAD
El cielo, gris como siempre, la noche negra, bidones incendiados a lo largo de la calle calientan las manos enguantadas de los mendigos, con ese olor a diesel y humo negro de la goma recauchutada. Un ladrido de perro famélico, el romper de unos cristales, la sirena impertinente de una lechera acercándose.
Los charcos sucios del asfalto levantado reflejan su apatía. Vicente pasea como cada noche de regreso a su cartón, nada es nuevo hoy, nada ha cambiado.
De la esquina de la calle melancolía, sale un borracho cantando canciones incomprensibles en un tono etílico sostenido, Vicente a penas puede esquivarle.
"Comparte el güisqui cabrón".
"Me ha tocado la lotería" logra decir entre hipo e hipo,
"Anda ya, enséñame el billete".
Lo saca arrugado y manchado del bolsillo, 32365.
" Joder es cierto y no sólo un décimo, tres". Vicente echa cuentas mentales a gran velocidad, ya lo ha decidido.
"Pues, habrá que celebrarlo amigo".
"Eso llevo haciendo tooodo el día".
"Esta vez invito yo".
El puente de la M-30, no queda lejos, llegan hasta allí cantando las mismas canciones, abrazados. Vicente da el cambiazo a los billetes. En mitad del puente, se paran.
"¿Crees en santa Claus?".
"Ahora si".
Tardó tres segundos en caer a la autopista.
Un perro ladra alegre recien comido, sonido de cristales tintineando en un brindis, el cielo, azul como siempre, la noche clara, la sirena suena alejándose, los charcos cristalinos reflejan la sonrisa de Vicente.
"Gracias Santa".
Wisquensin Oregón
Mi cruel micro.....
Un perro aúlla en la Gran Vía, el sol se esconde tras unas nubes y los coches se detienen en los semáforos. Parece que el mundo ha detenido sus pasos un segundo para contemplar e ...l espectáculo.
Una lotera se desangra tumbada en la acera. Un hombre corpulento corre y se desploma en su huída hacia las calles estrechas tras robar unos boletos, le ha dado un infarto. Unas niñas ríen al ver caer el cuerpo sin vida de la lotera sobre sus décimos que salen volando por el aire desperdigándose por las calles. La gente no se detiene a mirar qué ha ocurrido, continua cansina por las aceras ignorando la desgracia ajena...
Una sirena aúlla en la Gran Vía, llega una ambulancia....
Lara Hernandez Abellan
NAVIDAD Y BRIGET JONES
Este año hace más frio que el pasado o quizás sea esta chaqueta de polipiel de Hm que no abriga un carajo. Claro que por 19’99 no sé qué esperaba. Tenía que haberme quedado en mi sofá con el Face, allí estaría en la gl oría y no aquí andando sin saber muy bien dónde voy y sin intención de comprar nada. Es que no aprendo, cada año digo lo mismo y siempre termino viniendo.
Las cosas cambian y aunque esto sea una tradición ya no pinto nada en esta plaza rodeada de familias con zambombas y panderetas o lo que es aún peor, de mil parejas felices de las que comen perdices y que sólo hacen recordarme que sólo soy una Briget Jones más sin una pareja que la agarre por la cintura. Y total este mercadillo son los mismos puestos de siempre y encima yo ni pongo el belén. Papá era el encargado de eso y desde que murió nadie ha vuelto a bajarlo del trastero. Nos da una pereza.
Él sí que disfrutaba con esta noche, con la búsqueda de sus figuritas nuevas y con hacer la dichosa cola de después en Doña Manolita. Papá, sus tradiciones y sus corazonadas con el número que iba a caer. Pobre, creo que sólo le devolvieron el dinero seis veces en toda su vida. Lo suyo no era esa suerte, pero es agradable recordarlo ahora contando aquellas historietas de lo que pensaba hacer con tantísimo dinero.
En el fondo sé que si no viniese me sentiría rara, como si los traicionase, sobre todo a él. Llevo treinta y nueve años de mi vida haciéndolo, sin faltar ni uno. Bueno miento, me lo salte una vez, aquella en que lo utilice de excusa para irme a Cuatro Rosas con Germán. Fue la primera vez que salíamos a tomar algo los dos a solas. ¿Qué habrá sido de Germán? No lo he vuelto a ver desde que acabamos la universidad y mira que estuve loquita por él. Qué digo loca, estuve enamorada hasta las trancas y él de mí… ¿O no?… Sí, él también me quería. Eso se nota, una chica sabe esas cosas… ¡Qué guapo era y qué noche aquella de nuestra escapada! Fue memorable. No pisamos la Plaza Mayor ni hicimos esta cola eterna para comprar el décimo de rigor, pero a mí esa navidad me tocó el gordo. En aquella disco donde sonaban Hombres G me soltaron el mejor beso que me han dado en la vida. Diciembre del 87, han pasado veinticuatro años, ¡casi nada!
Buenas noches, ¿no le quedará ningún 87? Es que he tenido un pálpito y sabe usted, mi padre decía que la lotería le toca a los que tienen corazonadas…
Lucrecia Hoyos
El último premio
Ángel Iniesta se levantó de la cama con dificultad, casi no podía andar, avanzaba a duras penas sujetándose entre los muebles y las paredes que encontraba a su paso. La caída del día anterior había dejado maltrecho su precario cuerpo sostenido por unos huesos carcomidos por el tiempo. Llegó al salón y encendió el televisor, llevaba en el bolsillo de su bata un buen montón de décimos y papeletas de la lotería de Navidad. Se sentó en su magnífico sillón de terciopelo verde, reliquia de sus tiempos de esplendor. Diez años atrás había conseguido un buen pellizco, tres décimos del gordo, nada menos… Una descarga de adrenalina le sacudió con tanta intensidad que le cambió la vida, gastó y gastó sin control, se rodeó de amigos que lo agasajaban constantemente, celebró y volvió a celebrar una y mil veces. Ahora, viejo, cansado, solo y lleno de deudas, acababa de invertir más de la mitad de su pensión en aquel sorteo. Había soñado con ese número repetidas veces durante aquel año, no podía fallar, pero su corazón fatigado emitió el último latido antes de que el sorteo llegara a su fin…
Yolanda Nava Miguelez
REGALO
Frente al soportal que cobija nuestras soledades y silencios, hay un puesto de lotería; la anciana que lo custodia vende sueños por 20 €, demasiado caros para quienes tan sólo poseemos la piel que nos viste y poco más.
Hoy he tenido suerte, la cercanía de la Navidad y mi recién conquistado hueco a la puerta de la catedral, han llenado mi lata con una cifra importante: 21,33 €, me da para comprar un sueño y aún me sobra…, aunque el sonido de mi estómago reclama urgentemente algo caliente; miro a una de mis nuevas compañeras que dormita en el suelo, entre cartones; llegó hace dos días, siempre está callada y sola, le gusta bailar, lo sé porque la otra noche vi cómo sacaba de una bolsa un viejo tul con el que rodeó su cintura, tarareó una cancioncilla y agitó sus brazos en un baile que finalizó entre lágrimas. Me hubiera gustado saborear la sal de su dolor y borrarlo, no sé de donde brota, pero no es justo que su juventud arrastre tantas sombras.
Sus ojos poseen un insondable abismo de abandono y desolación que me conmueve.
Cruzo la calle, le entrego el dinero a la lotera ignorando las protestas de mi estómago vacio y, con el boleto en la mano me acerco a la muchacha, responde al suave roce de mi mano sobre su hombro con una mirada hostil, quién sabe de que meditaciones o sueños la habré sacado.
Coloco el décimo en su mano, en silencio, ese es nuestro lenguaje; interiormente deseo que mi regalo llene de luces sus profundos ojos.
martes, 1 de marzo de 2011
Fernando M Lozano
APRENDI
- La madre Reme hoy nos ha dicho que los chicos sólo quieren una cosa de nosotras y que no se la debemos dar. ¿Qué es esa cosa Mamá?.
- No lo se hija, pero tu haz caso a todo lo que te diga la madre Remedios y las demás monjitas del c ...olegio.
Y así lo hice, el tiempo ha pasado y la vida ha sido muy buena conmigo gracias a los sabios consejos de las monjas que me educaron en mis primeros años, mujeres abnegadas, rosas de los vientos de nuestra educación, mujeres con grandes experiencias que lo sabían todo sobre la vida.
Gracias a ellas aprendí que tengo que rezar cada vez que dude y silenciar todo lo que pueda dañar a los demás, aprendí que mis padres nunca se equivocan y me hacen daño porque me quieren, supe que dios sigue mis pasos y llora cuando miento, mejor es no decir que mentir. Gracias a ellas no me dejé tentar por la serpiente en forma de chico guapo, mientras algunas chicas de mi barrio se perdían en el pecado, yo florecía pura en espera del amor verdadero. Aprendí a silenciar mis deseos, a conformarme con lo que me sea dado, a anteponer lo tuyo a lo mío, a no luchar, a no levantar la voz, a no responder si no estoy de acuerdo, a mirar hacia otro lado, a poner la otra mejilla.
Dios no me ha querido dar un hombre al que querer, para mi reserva otros planes y me alegro, porque los hombres son egoístas, son esclavos de sus instintos y se ciegan, por unos minutos de placer, son capaces de perderlo todo.
Tengo cincuenta años y mi cabello sigue luciendo su color de siempre. Cuido de mi madre, a padre se lo llevó el buen dios ya hace tiempo. De cría nunca imaginé que mi vida iba a ser tan perfecta, aunque debo reconocer que mis momentos más felices los pasé en la escuela solo para niñas de mi infancia, tengo muchos recuerdos de aquella época, pero hay uno que se repite cada día: Aurelio, el hijo del panadero, una tarde se coló en el colegio, yo estaba en el patio, sola, se acercó hasta mi con una amapola entre sus manos y con su dulce sonrisa me dijo: “eres tan guapa que esta flor parece de mentira a tu lado”. La flor, la guardo entre las páginas de un libro, el recuerdo, cada noche le pido a dios que lo borre de mi cabeza para siempre.
Fina Fernández Fernández
AÑORANZA
Nos saludamos entre besos y abrazos. Cada una de nosotras habíamos tomado caminos muy diferentes. Había pasado tanto tiempo sin vernos, que empezamos a regocijarnos con los recuerdos en el tiempo. Entre risas y brom ...as hablamos de cómo nos conocimos. LAS TRES MOSQUETERAS nos llamaban en el colegio de niñas.
Unas niñas de segundo curso estaban pegando a María, la tenían arrinconada en una zona donde no la podían ver las profesoras, cerca se encontraba Elena, nos miramos y como si leyéramos nuestros pensamientos, nos dejamos llevar por la adrenalina y fuimos a defender a María, lo cierto es que recibimos más que dábamos, claro esta que la diferencia de edad se notaba, éramos unas niñas de parvulario. Nos hicimos amigas inseparables y como LAS TRES MOSQUETERAS defendíamos todas aquellas causas que considerábamos injustas. Después de una larga charla recordando nuestras aventuras, decidimos acercarnos al colegio de nuestra niñez. Nos sorprendió el estado en que estaba, medio cayendo, aunque todavía tenia el cartelito que decía ESCUELA DE NIÑAS.
Lara Hernandez Abellan
CUANDO TODO ERA MENTIRA
Cada mañana la despertaban obligada para ir un colegio en el que nunca sintió que tenía su sitio. Carmen odiaba aquel uniforme de falda a tablas y zapatitos de botón brillantes.
“Escuela de Niñas”, decía el cartel.
“Sólo para niñas”, pensaba ella a diario.
Maldijo ese cartel cada día de cada uno de los años que pasó entre esas viejas paredes. Eso sí, lo maldijo en silencio porque no podía hacer otra cosa. Durante una eternidad ese silencio fue su mejor aliado.
En aquellos años grises odió todo lo que la rodeaba que sentía como impuesto, empezando por su propio nombre. Y tan sólo habló con ella, con la única entre treinta y ocho niñas vestidas iguales, que nunca la llamo así. La que fue su compañera de pupitre y su única amiga.
Marga le puso “Boliche” porque Carmen se pasaba el recreo jugando a las canicas. Siempre la llamaba Boliche y siempre sonreía al decirlo.
De aquella época Carlos sólo recuerda con cariño dos cosas, aquel apodo y a ella. Marga, su primer amor.
Wisquensin Oregón
ESCUELA DE NIÑAS
Oigo unas voces y me acerco. Huele raro, como a polvo envejecido de mil años. Sigo acercándome con tiento, las voces suenas apagadas, se oyen algunos lamentos. ¿Quiénes sois?, pregunto. Y las voces me contestan: ¡Ven, ven, ac ...ércate a la oscuridad! Retrocedo con espanto. ¿Qué ocurre allí adentro? Yo sólo curioseaba en aquel edificio abandonado.
Las voces me llaman ahora en sueños, y yo qiuiero regresar a aquella derruida escuela de niñas...
LUCRECIA HOYOS
LA NUEVA
Ana Rosa llegó a mitad de curso al colegio, tenía unos ojos claros y limpios y una melena espesa muy rizada recogida en una cola de caballo. Venía de Madrid, decían, y decían también que en su casa tenía un televisor. Yo nunca había visto ninguno. Al poco de llegar nos invitó a su cumpleaños. Nos dieron de merienda canapés de queso con piña y de caviar con cebolla picada y bebimos, por primera vez, coca colas. Sopló quince velitas de una enorme tarta de merengue. Vimos una película de Guillermo Tell, todas en silencio alrededor del extraordinario aparato. Era una niña muy dulce, sus piernas estaban sujetas por unos grandes hierros que la ayudaban a caminar…
MAESTRA
de Yolanda Nava Miguelez
Era fuerte y vigorosa: un vendaval; llegaba a clase muy erguida, caminando con paso firme y la cabeza bien alta.
Ella es la responsable de una parte de lo que ahora soy, de esa que se forjó en los albores de mi adolescencia, de ella me empapaba, no sólo de sus conocimientos ni de su forma didáctica de transmitirlos, eso fue una parte, el TODO, estaba en ella: en su forma de hablarnos, en sus modales, en sus principios, en su visión de futuro y en su fuerza.
Era mi maestra. Maestra de niñas, en una escuela de niñas. Decía que un día lograría arrancar ese mensaje absurdo e irritante de la pared, de todas las paredes, decía que teníamos que ayudarla, que no podía hacerlo sola.
He olvidado su nombre, más bien, lo he sepultado, no es necesario, no es relevante, ella no era sólo ella, era todas las mujeres que forjaron nuestro futuro, que nos dieron una bandera y un motivo para cambiar las cosas, por eso prefiero encerrarla en esa bella palabra, librarla de un nombre baladí.
Ha pasado el tiempo: el pueblo ha cambiado.
El letrero aún cuelga de la pared: olvidado; resquicio de un pasado que aún late en la memoria de las mujeres que lo vivimos; sonrío al recordarlo, envío mi gratitud a aquella que contribuyó a que ese letrero ya no anuncie nada.
Marisi Garcia Rivas
MARA.-
Creo que a mi Escuela, se le debió, de caer el rótulo de Escuela de Niñas, porque allí, íbamos, tanto niños, como niñas, eso sí, en clases separadas.
Mi nombre es Mara. Nunca entendí, porqué, al llegar a clases, me tenía que separar de ... mi hermano. Teniamos una familia grande y él, era mi preferido.
Por una época, sí coincidí, en la misma clase, que mi hermana, ella era un poco mayor, pero una enfermedad, la apartó, durante un tiempo de esa obligación.
Creo qué ese fué el mejor curso escolar que recuerdo. Nos sentábamos juntas y con nuestras cómplices miradas, fabricábamos cualquier magía, que nos hiciera volar, a través
de los grandes ventanales de la clase. Rondábamos los 12 años y aún en mí, no había despertado, ningún signo, que indicara que algún día, sería mujer. Me encantaba vestir como los niños, y en el recreo, donde sí se nos permítia, acercarnos a ellos, jugaba al futbol, a los boliches, al trompo, a subir por cualquier pendiente, encaramarme a un árbol. Disfrutaba, cuando al terminar la jornada, iba a casa, desaliñada, despeinada y siempre como no, con alguna herida o un simple moratón. Mi madre, que tenia tantos hijos, nunca se llevó bien, con mi facilidad, para ensuciarme. Me retorcía el pelo cada mañana, hasta dejarme unas lindas trenzas,pero era salir de casa, y ya de camino a la escuela, jugando a carreras, al te pillo,
disfrutando de libertad, me olvidaba por completo, del castigo y de la zapatilla que mamá, sacudía en mi posadera, por ser una niña sucia. Nunca me importó, era mi madre, y lo hacian todas. Lo qué sí, me importaba, era el poder que tenían los profesores. A veces, nos preguntaba la maestra en clase: ¿ De qué traeis el bocadillo hoy? Y si alguno era de su agrado, le quitaba un buen trozo, a la víctima de aquél día. Mi hermana y yo, contestábamos, que el nuestro era de mantequilla, así, que jamás, lo compartimos con ella. Era una mentira piadosa, en ese tiempo, en el que todo lo que haciamos, era pecado. Nos criaron, aunque ellos le llamaran educación, en un mundo de culpas, castigos y complejos. Allí, en esa escuela de moral, los maestros impartían sus clases y no nos permitian cuestionar, su proceder. A veces volaban los guantazos, sobre todo a los niños. Recuerdo un dia, qué la maestra, le pidió a mi hermana, que leyera algo, y ella, se equivocó, la maestra le levantó la mano, pero no llegó a su propósito, veloz y sin vacilar, mi mano, atrapó la suya, durante un tiempo, me miró con ojos inyectados,mirada, que yo aguanté, como si en esos momentos, fuese muy superior a ella, se podía cortar el silencio de la clase. Se retiró a su mesa, y por lo menos a nosotras, no volvió a molestarnos. Así era entonces la escuela, los abusos de poder continuos, contando de antemano, con nuestra plena sumisión. En mí se generó una impotencia y una fobia, que aún hoy en dia, no tolero. Ahora, sigo con esa impotencia, ya que este abuso de poder es mucho mas grande, al ser mi entendimiento mayor. Y aún así, para mí ir a clases, era una cosa maravillosa. Siempre estaba hambrienta de saber. Me comía los libros, y aprobé lo que se llamaba, el graduado escolar, con matrícula de honor. Pese a todo, siempre fui feliz, en ese recinto, pasé mis mejores años infantiles, entonces solo veia, lo que podíamos ver las niñas de aqueños años en estas.....Escuelas de Niñas.
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